Nostalgia de los nombres comunes

El buque fantasma trata de los últimos años del franquismo en una ciudad de provincias. “Más han hecho por los pobres del mundo las monjitas de la caridad que todos los soviets juntos”, se lee allí. No se dice que la caridad haya de suplantar a la justicia, pero bastó esa frase para que empezara a llamársele fascista a su autor. Es lo que se le llama en España a alguien si no se le puede rebatir. Parafraseando aquello: más ha hecho el rey Juan Carlos por la democracia española que todas las Colau y Carmena juntas, por mucho que ellas hayan hecho, que no lo dudo; seguro que sí.

¿Es que, entonces, le gusta a uno ese rey, los elefantes que caza, los libros que lee?

¿Es que, entonces, le gusta a uno ese rey, los elefantes que caza, los amigos con quienes los caza, los libros que lee? Los gobernantes no nos tienen que “gustar”, por lo mismo que no ha de hacerse política para estar cómodos (por lo general, a costa de la incomodidad de los demás). En 1998 se publicó 89 republicanos y el Rey. Por el título quedaba claro que el editor que nos pidió que contestáramos su cuestionario no había logrado juntar a cien republicanos, para poner el suyo en la estela de otros libros parecidos (Cien españoles y Dios, etcétera). Ni que decir tiene que el libro pasó sin pena ni gloria. Decía uno allí que no hay forma más racional de gobierno que la república. Y eso sigue pensando uno, pero viendo a la mayor parte de quienes la reclaman en estos tiempos y la prisa que se están dando para liquidar la memoria del rey que lideró el periodo más largo y próspero de la historia de España, no iría uno con ellos ni a la esquina. Al final iba a tener razón Kant, la forma ideal de gobierno, decía él, sería una república con un soberano al frente. Más o menos lo que tenemos.

En Madrid anuncian cambio de nombres de calles, y en Barcelona, igual. Por fin vamos a ganar la guerra, las guerras, todas las que perdimos. ¿Y por qué detenerse sólo en los borbones, se preguntaba Martínez de Pisón en un artículo impecable de La Vanguardia, y no acabar de una vez con todos los reyes, y de paso con santos, obispos y papas, cómplices de tiranos sanguinarios? Llegados a este punto, qué nostalgia de los nombres comunes: calle del Aire, del Agua, del Olvido. Ah, el olvido... El problema nunca fue el olvido (lo supieron Nietzsche y Hannah Arendt), sino querer recordar lo que nunca sucedió. “Una mentira no es media verdad, es sólo una mentira”, decía alguien en The Wire.

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