La novela del día

Se ha dicho muchas veces: las pantallas de nuestros pequeños ordenadores son palimpsestos. A veces, con el tiempo, emerge del fondo de un viejo palimpsesto la escritura borrada por alguna razón, y esta resulta más interesante que aquella que la sepultó. Hoy en esta página que lees deberías leer lo que escribió uno ayer, borrado sólo hace un momento: la novela del día.

He borrado los hechos del día porque lo que salía era un esperpento

Las novelas han estado desprestigiadas más o menos desde siempre. Incluso los propios novelistas son los primeros en denostarlas. Decía recientemente un premio Cervantes que el Quijote era un libro para mujeres (no le quedó claro a uno si con quien quería meterse era con las novelas en general, con el Quijote en particular o sólo con las mujeres). Pero lo cierto es que a las novelas recurren los historiadores cuando quieren saber aquello de lo que no se ocupa la historia, los impulsos más o menos irracionales que rigen este irracional mundo nuestro. Hablaba uno en su novela del día de algunos hechos significativos. ¿Por qué los he borrado? Porque uno es un cervantino convencido y lo que salía era un esperpento: una monja real, detractora de las vacunas, que se exclaustra para inocular nacionalitis allá donde la dejen, y otra figurada, en cuyo semblante incrédulo, en éxtasis perpetuo, puede leerse cada minuto: ¡soy alcaldesa de Barcelona! Un concejal de Madrid que se ha mofado de las víctimas del Holocausto y del terrorismo sin más consecuencia que un cambio de poltrona, familias enteras (políticas y de sangre) desfilando por los juzgados imputadas por corrupción, reyes que abdican por miedo y reinas que simpatizan temerarias con quienes probablemente les cortarían la cabeza, porque llevan en los genes la guillotina, republicanos que salen a escena como Celia Gámez levantando las piernas y cantando el “banderita, tú eres grande, banderita, tú eres gualda (lo recordaba el gran Santiago González) y “patriotas” que en asuntos de corrupción aplican el consejo de un padrino a su ahijado el día de su boda: “Aunque vuelvas a casa oliendo a puta, tú niega siempre; he aquí el secreto de un matrimonio feliz”...

¿Se entiende por qué ha borrado uno todo lo anterior, y empieza a leer La cartuja de Parma? Ah, volver a una novela como esa, después de tantos años, es sólo comparable a volver a un amor de juventud. No hay novela del día que pueda resistir la comparación.

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