Nuestros apátridas

Se acaban de conmemorar los setenta años de la liberación por parte de las tropas aliadas del campo de exterminio nazi de Mauthausen. Más de 7.000 españoles fueron encerrados en aquel terrible lugar cercano a un precioso pueblecito austriaco. Eran republicanos o hijos de republicanos –yo conocí a uno de ellos, el avilesino Galo Ramos, que llegó al campo con 14 años y pudo vivir para escribir sus memorias, Sobrevivir al infierno– y habían huido a Francia al finalizar la Guerra Civil. Siempre me ha estremecido el destino de esas gentes que escaparon en 1939 del espanto de un país desangrado para enfrentarse unos meses más tarde al espanto de una Francia ocupada por los nazis y de aquella tristísima Europa de la Segunda Guerra Mundial.

Muchos de esos exiliados, sobre todo los hombres, se incorporaron a las tropas de De Gaulle o a la resistencia francesa. Creo que aún no se ha contado lo suficiente cómo los primeros soldados que entraron en París en la noche de la liberación, el 24 de agosto de 1944, fueron los republicanos españoles de La Nueve, la novena compañía de la división Leclerc del Ejército Libre. Aquel puñado de hombres –unos 150– habían vivido dos guerras terribles una tras otra, a lo largo de casi diez años de combates.

DIEZ MIL ESPAÑOLES FUERON ENVIADOS A LOS CAMPOS DE EXTERMINIO NAZIS

Entre tanto, alrededor de diez mil españoles detenidos por los nazis en lugares diversos fueron enviados a los campos de exterminio. Muchos de ellos, como le ocurrió a Galo Ramos, fueron sacados de los campos de refugiados franceses por el gobierno colaboracionista de Vichy y entregados a los alemanes. El gobierno de Hitler, que no deseaba irritar a su buen amigo Franco, se molestó en preguntar a este sobre el destino que debía dar a todos aquellos exiliados, tanto a los secuestrados en los campos como a los detenidos en acciones de guerra. Nuestro dictador rechazó reconocerlos y protegerlos y se limitó a responder, con su habitual crueldad, que no había españoles fuera de nuestras fronteras.

Esas desdichadas personas padecieron sus largos años de sufrimientos y humillaciones luciendo en sus uniformes el triángulo azul de los apátridas junto a una contradictoria S de Spanier (español). Más de la mitad murieron en los campos. Nunca está de más detenerse un momento para recordarles, tanto a los que dejaron allí su vidas como a los que sobrevivieron con todo aquel horror en sus mentes.

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