Nueve años

Le ha impresionado a uno mucho, como a todo el mundo, la historia de María José Carrascosa, la abogada que, víctima de la saña de un exmarido vesánico, ha pasado nueve años en la cárcel, acusada por la justicia norteamericana de secuestrar a una hija cuya custodia le había concedido previamente la justicia española. Incluso su ex, a buenas horas, pidió la libertad para ella hace un año. Lo primero que esa mujer dijo cuando se vio libre, exonerada de los cargos que pesaban sobre ella, fue: “Tengo que ponerme los zapatos de mi vida. Durante nueve años he llevado los zapatos de una vida que no era la mía”. La periodista que la entrevistó a las puertas de la prisión le preguntó si creía en la justicia americana. María José Carrascosa se tomó su tiempo antes de responder, y al final lo hizo no como quien acaba de salir de la cárcel, sino como quien no puede abandonar aún Estados Unidos: “Sí, creo en la justicia norteamericana”. Cree tanto en ella que ha desaconsejado a su hija, de quince años, que viaje hasta allí para visitarla, por si le impiden luego salir del país.

Entró en la cárcel siendo una joven sana y ha salido envejecida y enferma

Esa mujer que cree en la justicia norteamericana ha hablado de vejaciones y maltrato físico y psicológico durante los años que ha pasado cautiva. Entró en la cárcel siendo una joven sana y ha salido envejecida, con el pelo blanco, y enferma. Le esperaban a la salida únicamente un cura que ha hecho de buen samaritano, un cámara de televisión y la periodista que la entrevistó. Pese a ser estos dos desconocidos, se abrazó a ellos, efusiva. Ni un cónsul, ni un político de su pueblo, ni la tuna, nadie. La mujer sólo acertaba a repetir una y otra vez llevándose las manos a la boca, tratando de ahogar los sollozos de dicha: “No puedo creer que sea verdad”. Siendo española, ni siquiera se le acercará un productor para proponerla llevar su historia al cine. Asistimos a las primeras palabras entre madre e hija, en el coche que la alejaba del infierno. La madre preguntó desconcertada e incrédula: ¿Qué es eso? Skype, le respondieron. Las lágrimas apenas les permitían hablar a ninguna de las dos. Aunque llevan ya los zapatos de sus propias vidas, ambas arrastran aún una abultada bola de hierro encadenada a su tobillo. La justicia que apresó a la madre por secuestro la secuestró a ella nueve años más, y, de paso, los mejores de la hija, esos que nadie le devolverá. Si la vida fuese una novela, esta merecería una segunda parte, como El conde de Montecristo.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...