Obituario

A lo largo de su vida, Jenifer Vidal Badia dijo 83.421 veces la expresión: “¡Ahora ya me puedo morir!”. La primera vez fue cuando, con apenas 11 años, vio cómo Ronaldinho regateaba cinco jugadores del equipo contrario y al final marcaba un gol histórico. La expresión no se la había inventado ella. La había oído a menudo en boca de su padre, Daniel Vidal Beristain, y le pareció el momento ideal para decirla ella también. Su padre, que también estaba en el sofá, frente al televisor, sentado a su lado, sonrió con la satisfacción de ver que sus enseñanzas no caían en saco roto, aunque hubiese tenido una hija y no un hijo, que es lo que en realidad deseaba.

le satisfacía que sus padres valorasen sus capacidades expresivas

Al ver que su padre aprobaba que la hubiera utilizado, Jenifer decidió usarla más veces. El fútbol le interesaba más bien poco, pero le satisfacía que sus padres valorasen sus capacidades expresivas y los avances que poco a poco hacía en el azaroso camino de la vida adolescente.

La segunda vez que la dijo fue cuando vio una tierna imagen de un gatito tonquinés que arrullaba a un cachorro de pitbull terrier. La tercera, cuando comió un cupcake con muchos colorines que había cocinado una amiga suya, ecosostenible. Probó un bocado, cerró los ojos en expresión de éxtasis y le dijo: “Oh... ¡Ahora ya me puedo morir!”. Al cabo de unas semanas repitió la frase cuando vio en YouTube un vídeo –grabado en vertical– de un bebé que imitaba los movimientos sincopados del hámster de su hermanita. Estaba sola, pero la dijo igualmente, para no dejar de practicar. La madrugada que, tras una noche de bar en bar con su tercer novio, por primera vez le vio la verga, no pudo evitar abrir unos ojos como platos y decir: “Oh, Roberto... ¡Ahora ya me puedo morir!”. A partir de ahí, hizo servir la expresión con tanta asiduidad que algunos amigos suyos empezaron a proponerle que buscase otros clichés, para no decir siempre el mismo, pero ella era de los que opinan que, si una cosa funciona, ¿para qué cambiarla?

Jenifer murió el sábado cuando, tras cruzar una calle sin haber mirado previamente a derecha e izquierda, tal como siempre le habían aconsejado sus padres, detectó que un autobús se abalanzaba sobre ella. Por desgracia no estuvo a tiempo de repetir una vez más “¡ahora ya me puedo morir!” porque el vehículo municipal la redujo a papilla. Su funeral se celebrará el lunes en la parroquia de San Juan Bautista Prepucieno. Descanse en paz. No se invita personalmente.

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