Ojo a las pasarelas

En enero se destapó la noticia de que un abogado de Donald Trump pagó ciento treinta mil dólares a la actriz Stormy Daniels por callar que en el año 2006 tuvo una cita con él en una suite de un hotel de Nevada. Además de actriz (porno, para concretar) ha ejercido de guionista y de directora, siempre de este tipo de películas que los amantes del eufemismo acotan con un “para adultos”. El escándalo que la revelación ha supuesto se basa, sobre todo, en el hecho de que cuando se liaron –la cosa no acabó aquella primera noche– Trump ya estaba casado con Melania Trump. Las pruebas de infidelidad excitan el morbo del populacho.

En el momento en el que escribo esto, la última novedad del culebrón es que se ha sabido que Stormy Daniels conserva el minivestido dorado que vestía en aquella ocasión, y que lo ha conservado tal cual lo puso en la percha tras el encuentro. Hará que lo analicen para que detecten los restos de ADN que Trump pudo dejar en él: de piel, de pelo o de esperma. Cuando la gente se pone a cien va por ahí dejando fluidos corporales por todas partes, sin pensar que luego pueden ser utilizados con fines malévolos.

como quien no quiere la cosa, no lavar los vestidos es ya tendencia de moda

El asunto, evidentemente, recuerda al de Monica Lewinsky, cuando ejerció de becaria en la Casa Blanca. Como prueba de su relación felatoria con el presidente Bill Clinton, aportó un vestido de cóctel azul marino con restos seminales a la par que presidenciales, y perdón por la rima. Los hechos sucedieron a finales de los años noventa. La prensa americana se puso las botas con el asunto, el despacho oval de la Casa Blanca lo rebautizaron despacho oral y a Bill Clinton lo sometieron a un proceso de impeachment por perjurio.

Lo normal, cuando se te mancha un vestido, es llevarlo a la tintorería o lavarlo en casa, porque últimamente las lavadoras hacen maravillas y no es necesario gastarse una pastarrufa. Yo tengo una Electrolux sencilla (305 euros) y va la mar de bien. Pero, para algunas personas –Daniels y Lewinsky, por ejemplo–, conservarlos sin lavar es una inversión: “¿Sabes qué? Lo conservaré tal cual; igual algún día le saco un rédito”. No descartemos que, ahora que el mundo de la moda ya no sabe qué nueva originalidad inventar, en alguna pasarela veamos a las modelos desfilar con vestidos con manchas espermáticas. Son la prueba de que se han acostado con algún pez gordo, y eso mola mogollón.

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