El orden del alfabeto

Les ruego que pierdan un minuto de su vida y abran un diccionario. Pongamos que sea el de la Real Academia, en versión papel o digital, no importa. Un texto que, según nos han dicho siempre, sigue un estricto orden alfabético sin el cual resultaría incomprensible, ¿verdad? Bien, pues busquen, por ejemplo, las palabras niña y niño, guapa y guapo, o cualquier otro sustantivo o adjetivo acabado en -a y -o. Comprobarán que, de repente, el orden alfabético no existe: el masculino siempre va por delante del femenino, la -o antes de la -a.

No encuentro una prueba que demuestre mejor cómo las lenguas –y quienes las rigen– han asimilado el patriarcado imperante durante siglos en la sociedad. La manera dominante de entender el mundo se expande sobre todo lo que nos organiza como individuos, la religión, las leyes, la moral, el arte y, sí, también las lenguas, que no son inmaculadas y etéreas, sino que responden al pensamiento de quienes las utilizan.

EN cualquier diccionario, el masculino siempre va por delante del femenino. La 'o' antes de la 'a'

Ante tamaña perversión de algo tan teóricamente inmutable como el orden alfabético, no he visto clamar al cielo, escandalizados, a ninguno de los próceres –y no próceres– que tanto se indignan cuando desde el feminismo se exige que se revisen ciertos usos, terminologías y normas, y que se vayan reduciendo los muchos resabios que aún quedan en nuestro hermoso castellano de la ya rancia inferioridad social de la mujer.

No he oído que griten contra ese aberrante hiato en su propio orden alfabético ninguno de los académicos que se han soliviantado con la idea de la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, de revisar el texto de nuestra Constitución para darnos cabida a nosotras, las mujeres. Por mucho que algunos –y hasta algunas– se enfurruñen o se burlen, el lenguaje no es un monolito pétreo e inamovible, sino un ente vivo, que fluye y se transforma a medida que se transforma la propia sociedad.

Habrá pues que buscar fórmulas que nos acojan, con dobletes masculinos y femeninos (usados siempre en la literatura, incluso en la de origen popular y antiquísimo, como nuestro extraordinario romancero) o sin ellos. Entre tanto, pido humildemente a quienes hacen los diccionarios que apliquen de manera científica el orden alfabético, la -a antes de la -o, o pongan una nota a pie de página explicándolo. A ver si encuentran algún motivo que no sea el del puro machismo.

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