Orgullosamente feministas

“Perdone que se lo pregunte, pero, ¿es usted feminista?”. No saben cuántas veces me han formulado esa cuestión en las muchas entrevistas que me han hecho a lo largo de la vida. Cada vez que he publicado un ensayo o una novela centrado en protagonistas femeninas, la he oído enunciar con un más que evidente temor a estar ofendiéndome.

No es cosa de mujeres resentidas, sino de hombres y mujeres libres y conscientes

Siempre he contestado lo mismo: por supuesto que soy feminista. Orgullosamente feminista. Y lo seguiré siendo mientras una mujer en el mundo sea asesinada, violada, obligada a prostituirse o golpeada. Lo seguiré siendo mientras una sola de nosotras sea peor remunerada que sus compañeros varones, menospreciada intelectualmente o cosificada. Mientras haya mujeres que se sientan inseguras caminando solas por la calle a ciertas horas. O niñas a las que se les dé a entender que lo suyo no son las matemáticas y las ciencias, sino la cocina y el maquillaje. (Por no mencionar los horrores que sufren nuestras hermanas de otras culturas.)

Lo triste es que la palabra feminista haya parecido un insulto durante tanto tiempo, un sinónimo de mujer amargada y antipática, poco agraciada físicamente y a menudo homosexual. ¿A cuántas protagonistas de la vida política, empresarial o social hemos oído decir eso de: “No, no, yo no soy feminista, soy tan enemiga del machismo como del feminismo”? El error en el concepto es gigantesco: el feminismo no es el revés del machismo. No busca la sumisión del hombre bajo el dominio de la mujer. Por el contrario, lucha por algo que beneficia a la humanidad en su conjunto, que construye sociedades más ricas y mejores individuos de ambos sexos. No es cosa de mujeres resentidas, sino de mujeres y hombres conscientes y libres.

El feminismo, con todas sus variantes, es, en verdad, un movimiento extraordinario, una de las grandes aportaciones del pensamiento a la historia. Y espero –sí, firmemente espero– que, desde el pasado 8 de marzo, haya quedado claro que somos muchísimas –y también muchos– las que estamos orgullosas de formar parte de él. Ese día, hace ya un mes, vi en las calles de España a tantas chicas jóvenes y a tantos de sus compañeros reclamando esos derechos esenciales, que estoy firmemente convencida de que ya ni la más feroz reacción las va a detener. El feminismo no es una moda, sino un cambio profundo y definitivo. Y, después de al menos 5.000 años de patriarcado, ya era hora.

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