El Papa verde

Cada vez me cae mejor este papa Francisco. Quienes me siguen habitualmente saben que no soy creyente y que, en general, siento poca simpatía hacia la jerarquía de la Iglesia. Otra cosa son los cristianos de base, los misioneros y las misioneras que se desviven por los abandonados del planeta, las monjas o las laicas que luchan por hacerse un hueco en la estructura patriarcal del catolicismo o incluso aquellas que simplemente se encierran a rezar por los demás.

Pero las cúpulas de la Iglesia, ese territorio malsano en el que desde hace veinte siglos un buen puñado de varones se han dedicado a acumular poder y riquezas y a controlar despiadadamente las conciencias y los cuerpos de sus fieles, me producen un profundo malestar. En cambio, la llegada de este Papa –que eligió precisamente el nombre del santo más cercano a todo lo humilde– me hace albergar la esperanza de que algo luminoso está ocurriendo en el seno de esas cúpulas, si es que el peso cruel de la tradición no lo impide. Lo normal en las alturas donde ahora habita es perder la perspectiva de la realidad y acabar mimetizándose con los oropeles. Que mantenga la sensibilidad y la valentía que está demostrando es algo de un enorme mérito.

La última alegría que nos ha dadoha sido su encíclica sobre medio ambiente

La última alegría que nos ha dado ha sido su encíclica Laudato si, que ha puesto los pelos de punta a muchos conservadores. Francisco ha tenido el valor de llamar a las cosas por su nombre y preocuparse por una de las cuestiones más importantes del momento en el planeta, el deterioro del medio ambiente. Pero no lo ha hecho con la frivolidad del que cree que se trata tan sólo de una cuestión de belleza de los paisajes o de biodiversidad, sino con la carga de profundidad de quien reconoce que la inmoralidad de la actual estructura económica mundial crea pobreza y desigualdad, y que el crecimiento continuo y salvaje agudiza los problemas en lugar de resolverlos. Una apuesta arriesgada que compartimos con él quienes creemos que la ecología es la forma contemporánea del antiquísimo humanismo. Gracias, Santidad.

PD.: Mi último artículo, sobre la violencia en las redes sociales, fue escrito antes de que se conocieran los problemas de algunos concejales de Ahora Madrid con sus tuits. Como a veces ocurre, la actualidad lo dejó desfasado o, por lo menos, ­incompleto. La autora no tuvo la culpa, pero se excusa.

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