El pazo de doña Emilia

En la década de 1890, doña Emilia Pardo Bazán comenzó la construcción en la ría de Betanzos de su pazo de Meirás. Allí, en la torre que ella misma llamó de la Quimera, pasó muchos meses cada año la gran intelectual, creando novelas y relatos, defendiendo los derechos de las mujeres, escribiéndose con Zola y otras amistades europeas y, supongo, recordando entre nostálgica y burlona su larga relación amorosa con Benito Pérez Galdós.

Buena parte del legado de Pardo Bazán desapareció entre las codiciosas fauces de la familia Franco

La posteridad fue cruel con la descendencia de doña Emilia y con su adorado pazo: en 1936, su hijo y su único nieto fueron asesinados por milicianos de izquierdas. Dos años más tarde, las autoridades golpistas de A Coruña decidieron aprovecharse de la situación de debilidad de las dos herederas vivas, la hija y la nuera de la escritora, para comprar la propiedad y regalársela a Franco. Aunque quizá comprar sea un verbo demasiado neutro para explicar lo que hicieron, pues la cosa consistió en una “suscripción popular”, que resultó ser obligatoria para muchísimas personas, funcionarios de la diputación, por ejemplo, y trabajadores de ciertas empresas ligadas al franquismo, quienes durante años tuvieron que soportar que se les quitase una cantidad de su sueldo para pagarle la residencia veraniega al dictador.

Para colmo, a la hija de doña Emilia no se le permitió entrar en la casa a recoger sus cosas una vez firmados los documentos. Buena parte del legado de la novelista desapareció de esa manera entre las codiciosas fauces de la familia Franco: muebles y objetos, claro, pero también su preciada biblioteca, sus papeles, sus originales y hasta las cartas de Galdós. A día de hoy, no se sabe si todo eso todavía está en la propiedad o ha sido vendido o, quizá, destruido.

Pero a nuestras autoridades democráticas parecen importarles poco los métodos mafiosos con los que la codiciosa saga se hizo con el pazo. Ahí siguen instalados, sin que ninguna institución pública les plante cara. No contentos con eso, este verano le han dado la gestión de las visitas –obligadas desde el 2008 por su condición de bien de interés cultural– a la Fundación Franco, que se dedica a cantar las alabanzas del dictador mientras exhibe las propiedades adquiridas de forma tan indecente. Doña Emilia, conservadora en lo político y muy avanzada en lo social, solía pasar parte del año en París, para desempolvarse de la atrasada España. Si fuese ahora, igual ni volvía.

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