La pobre cigarra

Supongo que muchos de ustedes recuerdan la fábula de la cigarra y la hormiga: la cigarra se pasa el verano cantando, mientras la hormiga recoge alimentos y los almacena en su casa. Cuando llega el invierno y el frío cae sobre el mundo, la cigarra, que no tiene refugio ni despensa, pide albergue a la hormiga, pero esta se lo niega y se burla además de ella, mandándola literalmente a bailar. Se supone que la moraleja de esa fábula –que narraron Esopo, La Fontaine y Samaniego– es que el arte es algo inútil, y que lo único valioso es el trabajo duro y el ­ahorro.

A menudo, lo mejor del botín de la hormiga proviene del robo a la cigarra

Ya desde pequeña, ese cuento me causaba indignación. Para mí, el personaje más simpático era la cigarra cantora, que derrochaba su talento alegrando a los demás. La hormiga, en cambio, tan previsora y egoísta, me caía fatal. Han pasado los años, y sigo pensando lo mismo. Desde mi punto de vista, la moraleja debería ser la contraria. Pero lo cierto es que la vida real les da infatigablemente la razón a los viejos moralistas: las cigarras, por muy felices que hagan a los otros, suelen acabar en la ­indigencia, mientras que las hormigas van aumentando de volumen año tras año, hasta convertirse en dinosaurios gordos y satisfechos.

Valga como ejemplo de cigarra tan genial como miserable nuestro Miguel de Cervantes. Ahora que algunos expertos parecen estar a punto de encontrar sus restos en el convento de las Trinitarias de Madrid, conviene recordar que don Miguel murió pobre, y eso a pesar de su talento, de los muchos trabajos que hizo a lo largo de su vida –desde soldado hasta agente secreto– e incluso del inmenso éxito de su Don Quijote. La primera novela de la era moderna fue lo que ahora llamaríamos un best seller desde el momento mismo de su publicación. Pero el éxito no mejoró la triste situación económica de Cervantes. En parte, porque muchos de sus innumerables lectores disfrutaron de su obra en ediciones pirata, y en parte, también porque el editor le engañó. Nada que no suceda ahora mismo, por cierto, y que pone de relieve una realidad que la fábula no menciona: la hormiga no siempre se alimenta durante el invierno de lo que recogió fatigosamente. A menudo, lo mejor de su botín proviene del robo de la comida de la cigarra, que no se entera de nada mientras entona una y otra vez sus canciones. Pobre cigarra, esquilmada, hambrienta y, para colmo, obligada a bailar eternamente a la puerta de la hormiga rica. Qué destino más triste.

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