El poder del voto

Ya lo sé: a muchos de ustedes no les apetece nada ir a votar este domingo. O quizá vayan y voten a los de siempre, aunque tengan que taparse las narices. Están cansados de depositar su confianza en gentes que, nada más llegar al poder, la traicionan. Pero, precisamente por eso, hay que ir a votar, más que nunca. Y hay que ir a votar con responsabilidad. Un viejo dicho muy repetido en las sociedades democráticas afirma que cada país tiene los políticos que se merece. Y así es: nuestros políticos son los que nosotros queremos y se comportan como nosotros les exijamos.

El poder de nuestros gobernantes y de quienes dirigen las instituciones públicas emana de nosotros mismos: sin el apoyo o, cuando menos, la indiferencia de la ciudadanía, ellos no son nada. En una democracia, todos los ciudadanos somos corresponsables de lo que ocurre en los asuntos públicos, para bien y para mal. La abstención o el voto mecánico a los de siempre sólo contribuyen a alargar una situación insoportable de ineptitud y podredumbre.

en una democracia depende de todos lo que ocurre en los asuntos públicos

Ya no somos un país de niños pequeños recién salidos de una dictadura que no saben de qué va esto. Somos una sociedad con varias décadas de democracia a nuestras espaldas que conoce las consecuencias de nuestros votos. El “todos son iguales” no es verdad, y lo demuestra con creces la solidez democrática, la conciencia del bien público y el nivel de exigencia a los políticos en otros países de nuestro entorno. Esa es una falsa idea que les va muy bien, precisamente, a quienes tienen interés en sacar provecho del tótum revolútum en su propio beneficio.

Nuestro deber como ciudadanos, por nuestro bien y el de quienes nos preceden y nos siguen, es demostrar a todos los que han abusado de este sistema que esto no puede seguir siendo así. Nuestra obligación es ir a votar y no regalar una vez más nuestra confianza a quienes no se la merecen como si perteneciéramos a una secta de la que no conseguimos escapar: el voto no es un asunto de religión o de herencia, ni de sumisión, ni siquiera de simpatía personal. Si queremos sacar este país adelante, debemos ir a votar con sentido crítico, con inteligencia, con valentía. Y con la profunda convicción de que se puede –y se debe– cambiar las cosas, y de que ese cambio empieza en nosotros mismos junto a la urna, respirando hondo y conscientes de nuestra propia responsabilidad.

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