¿Por qué será?

Muchos barceloneses no suben nunca a la Sagrada Família. No es nada personal, y podría serlo, porque se trata de un templo expiatorio, dedicado a expiar. ¿Qué exactamente? Pues los pecados revolucionarios de los barceloneses, que cada tantas décadas montan una revuelta improcedente a los ojos de la autoridad. No subimos porque la hemos visto centenares de veces, cuando pasamos por delante, y algo que tienes muy visto ya no apetece. Los más turistiqueros suben al edificio Empire State cuando van a Nueva York o, si van a China, a la Gran Muralla, pero la Sagrada Família, como que no.

Tras los atentados de la Rambla, la Sagrada Família es el gran sueño yihadista

Yo fui una vez, hará cosa de quince años, para escribir en el diario en el que colaboro una crónica sobre los turistas que visitan el templo. Subí las escaleras estrechas de una de las torres, deleitándome con cada una de las inscripciones de las paredes, escritas por guiris con gran interés en la arquitectura gaudiniana, cabe suponer. Las dos que más me emocionaron fueron “C’est moi, Clairette!” y –sobre todo– “Gaudí sucks”, que imaginé escrita por alguien a quien le habían dado mil veces la paliza de que, si alguna vez iba a Barcelona, tenía que visitar la Sagrada Família sí o sí.

No recuerdo cómo controlaban entonces el acceso al templo. Ahora hay detectores de metales y te echan un vistazo al bolso o la mochila, pero la cosa cambiará pronto. No en vano la imagen del templo aparece en los panfletos yihadistas, que anuncian que, tras los atentados de la Rambla y de Cambrils, ese es uno de sus sueños más húmedos. Por eso a finales de año los sistemas de control serán más eficaces. Habrá escáneres y arcos detectores de metales, como en los grandes aeropuertos. Los situarán en dos nuevos edificios que están construyendo a toda prisa, debajo de la fachada del Nacimiento. Por ahí entrarán todos los visitantes.

Como la amenaza yihadista preocupa a toda Europa, en París han empezado también a tomar medidas. Allí, en la torre Eiffel. En torno a los jardines del monumento están construyendo un muro de cristal a prueba de balas. Si el miedo persevera, pronto no quedará edificio de postín sin muros antibalas. Curiosamente, de los bolardos se habla menos que en agosto, tras los atentados de la Rambla. Será porque ya nos hemos acostumbrado a la palabra, que entonces nos parecía novedosa, o será porque, al ser más baratos, la comisión que embolsarse es menor.

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