El premio que me tienes prometido

Cada año el Ministerio de Cultura concede unos cuantos premios nacionales a escritores y artistas, y estos, en general, los estiman en mucho. Han recaído a veces en obras y personas que los merecían y otras muchas más en quienes no, en la misma proporción que se da en la naturaleza lo bueno, lo malo y lo mediocre. Cuando el premio se lo han dado a alguien a quien estimo, me he alegrado, pero nunca he creído que el cometido del Estado fuera decretar qué obras literarias son mejores que otras, por lo mismo que no hay premios nacionales al mejor funcionario, médico o jornalero. El Estado, que no tiene competencias estéticas, está para aplicar buenas políticas en sanidad o en transportes públicos, no para hacer de espejito de la madrastra de Blancanieves.

El ministerio de cultura ha desposeído a Luis de Baraizarra del premio nacional

“Pero hay un jurado que lo decide”, arguyen. Sí, nombrado por el Estado, que es como si en un juicio el jurado lo nombrara el señor Lynch: lo probable es que a ese acusado lo acabaran linchando. Este año el ministerio se ha retractado y ha desposeído al carmelita Luis de Baraizarra, miembro de la Real Academia de la Lengua Vasca, del premio nacional que acababan de concederle por su traducción de las obras de santa Teresa al vascuence. Las bases dicen que las traducciones han de serlo de una lengua extranjera a una lengua nacional, el castellano es una lengua nacional, ergo... Sólo uno de los jueces, miembro también de la Academia Vasca y compañero del premiado, sabía vascuence. ¿Qué dirían de esto los otros miembros y miembras del jurado? ¿Y cuántos vascos leerán ese libro en vascuence, o dicho de otro modo: cuántos vascos no podrían leerlo en castellano? No piensa uno hoy en si esos premios son legítimos, necesarios o de alguna utilidad pública. Hoy sólo pienso en ese reverendo carmelita. Ha comentado sentirse “como un niño al que se quita un caramelo”, y añadió: “Tenía que pasarme esto a mí”. Me imagino al buen fraile repitiendo los versos de nuestra santa: “No me mueve, mi Dios, para quererte / el premio que me tienes prometido... Pero, caramba, eso no se me hace a mí”. Durante años fue uno bastante beligerante reclamando la supresión de estos premios. Ahora ya no. Ahora tiende uno a verlos como juego de niños, porque incluso cuando tienen, como aquí, un lado esperpéntico, despiertan un poco de ternura.

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