La primavera, por ejemplo

Cada año me digo: no te olvides de escribir un artículo sobre la primavera, pero a veces se le va a uno el santo al cielo y cuando me acuerdo andamos metidos de lleno en el verano, y la primavera queda atrás, sepultada por la actualidad.

El principio de la felicidad es exactamente este: ni tuyo ni mío

Está uno leyendo estos días el libro de Lorenzo Gomis La primavera no es noticia, recopilación de artículos, algunos espléndidos, aparecidos en La Vanguardia entre 1987 y el 2005. Un título como ese, toda una declaración de principios, devuelve el periodismo a una tierra de nadie, es decir, de todos. “Para todos, para ninguno”, aseguraba Nietzsche escribir su filosofía. Lo que no se deje leer mañana, no vale la pena escribirlo hoy, y eso sirve tanto para la Ilíada como para una gacetilla de sucesos. Los artículos de Larra, Unamuno, Ortega, Azorín, Chaves Nogales, Gaziel, d’Ors, Pla, Cunqueiro se leyeron mucho en su tiempo y si no se leen ahora más es porque la gente anda distraída con otras cosas. ¿Se publican en los periódicos del día artículos parecidos a los de estos autores, ya clásicos? Por supuesto: ahí están los de Gomis, publicados como quien dice ayer mismo. Sólo hay que abrir el periódico por la página adecuada.

La primavera no es noticia. La de este año ha venido de golpe. Casi siempre lo hace, cuando queremos advertirlo la tenemos metida en casa. “La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido”, dijo Machado (probando de paso que se puede hacer gran poesía, es decir, gran verdad, con un ripio). No hay primavera, por otro lado, que no sea “la gran deseada”. Esta, tras las últimas sediciones del invierno, inclementes y rigurosas, más aún que otros años. Todos los castaños de indias se han llenado de brotes verdes, y todos los brotes, de un trino jovial de carboneros, pardales, colorines. Los mendigos de la plaza de las Salesas, la de mi barrio, se han despojado de sus abrigos y, sentados en un banco, toman el sol en la cara cerrando los párpados. A todos, con los años, se nos va poniendo cara de mendigos y vagabundos. Yo me siento a su lado, y compartimos el sol, sin disputarlo. Y advierto que el principio de la felicidad es exactamente este: ni tuyo ni mío. Claro que para ello hay que no tener ni ambicionar nada. Todo lo que se nos da entonces es un gran don inmerecido; la primavera, por ejemplo.

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