Quítame la mano del cogote

Podríamos decir también: “Sic transit gloria mundi”. Esa fotografía hace pensar. Así se ve en el célebre cuadro de Valdés Leal. El fin de Rodrigo Rato, uno de los hombres más poderosos de España, que lo fue también del mundo, empezó seguramente hace años y no terminará sino pasados algunos otros, pero la foto ha fijado de manera implacable en una sola imagen lo que el personaje era y lo que es. Quién te ha visto y quién te ve, se podría decir también. Recoge un instante fugaz. Todos lo son, pero no todos son igual de significativos: un policía agarra del cogote (¡del cogote!) al gran hombre, y lo empuja para meterlo en el coche que lo llevará detenido, acusado de fraude fiscal, levantamiento de bienes y otros delitos económicos ­graves.

Cuando se nos hace testigos de una vejación se nos quiere meter en la chusma plebeya

En estos años hemos visto entrar en la cárcel, entre otros muchos, a un ministro del Interior (jaleado por su expresidente de gobierno, quien le dijo en aquella ocasión lo que años después le diría otro presidente a su extesorero, también encarcelado: “Sé fuerte”) y a un banquero a quien meses antes el rey había proclamado doctor honoris causa por la UAM (Universidad Autónoma de Monipodio). Pero ninguna de aquellas imágenes iguala a esta, en la que un policía, que acaso tiempo atrás se le cuadraría, agarra a un Rato pálido y sin resuello del pescuezo, y lo mete sin remilgos en un ­coche.

Hay mucha justicia poética en todo esto, desde luego. ¿Quién no recuerda la soberbia de aquel hombre, fundada más en el poder que tenía que en su jaleada inteligencia (si hubiese sido tan “inteligente”, acaso habría eludido la justicia, por lo que, como mínimo, hemos de convenir en que, como tantos honorables, “se pasó de listo”), diciendo que haría cumplir las leyes que él mismo ha conculcado? Todo ello es cierto, pero ¿era necesaria esa mano en su cogote ni en el cogote absolutamente de nadie? Esto dice don Quijote a Sancho, cuando su escudero va camino de la ínsula a ser gobernador: “Al que has de castigar con obras no lo trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones”. Bah, literatura, dirán algunos, y otros creerán que dice uno todo esto por piedad. Y la verdad es otra: no quiere uno pasar por ser mejor de lo que es, sólo que cuando se nos hace testigos de una vejación, nos meten de paso por el cogote en la chusma plebeya, si lo consentimos.

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