Rousseau y el apego

En la década de 1760, cuando Jean-Jacques Rousseau publicó su novela Julie ou la nouvelle Héloïse, el mundo femenino europeo de las clases privilegiadas se sintió conmovido. El reputado filósofo afirmaba que a los niños debían criarlos sus madres: “Nada suple la ternura de una madre”, sostenía, y aseguraba que la leche materna era buena, tanto desde el punto de vista psicológico –para el bebé– como desde el punto de vista ético, para las madres y la sociedad.

Hacía muchos siglos que las madres europeas de la aristocracia y las clases medias urbanas daban sus hijos a criar a otras mujeres, las famosas amas de leche. Las damas económicamente afortunadas se dejaban atrapar así en la perfecta trampa de la sociedad patriarcal: “liberadas” de la obligación de dar de mamar a sus hijos, estaban disponibles para interpretar su papel como esposas y, sobre todo, para engendrar nuevos hijos, algo que en las familias pudientes era de suma importancia.

las mujeres jóvenes exigen más tiempo y flexibilidad para criar a sus bebés

Inspiradas por Rousseau, a lo largo del siglo XIX la mujeres europeas fueron acostumbrándose a criar a sus bebés. Pero las trampas del sistema siempre son innumerables. Y la siguiente trampa patriarcal nos esperaba a la vuelta de la esquina, en cuanto las mujeres empezamos a pelear por salir a ejercer las profesiones de prestigio. Una vez más, en una organización del trabajo construida desde siempre por y para los hombres, los niños sobraban. Aquellas trabajadoras que, como yo misma, hayan tenido que criar a sus hijos en un entorno profesional en el que ser madre era visto cuando menos con recelo –por mucho que nadie se atreviese a decirlo en voz alta– saben perfectamente de lo que hablo.

Las mujeres jóvenes –y muchos hombres junto a ellas– exigen ya otras cosas. Más tiempo y flexibilidad para criar a unos bebés que, alimentados a demanda y constantemente abrazados, resultan ser más tranquilos y sanos. En muchos países europeos, los permisos de maternidad y paternidad son infinitamente más largos y adaptativos que en España. Y son cada vez más las madres y los padres que llevan a sus hijos colgados del cuello en sus centros de trabajo cuando las circunstancias lo exigen. Son los felices compañeros del bebé de Carolina Bescansa. Bebés criados de una manera que, como diría ­Rousseau, es buena para ellos y para la sociedad. Y nadie, fuera de este rancio país nuestro, se rasga las vestiduras.

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