Sí, maldita sea

Siente uno por Kipling simpatía y admiración. Cierto que es un escritor incómodo de ideas a menudo poco razonables. Al fin y al cabo se le conoció como “el poeta del imperio” (y cosas peores: “Trompetero de Jorge V”), y si por él hubiera sido, Canadá, Australia, Egipto, Irlanda, Sudáfrica, India o Jamaica jamás habrían sido naciones independientes. Pero en sus relatos y poemas siguen latiendo verdades que hermanan a todos los hombres, sin distinción de naciones, países, credos e ideas políticas.

Conociendo a Kipling, creo que él mismo, pasada su furia, se reiría de su estupidez

Conozco a muchos admiradores de Kim, pero Carlos Pujol fue más explícito: era el libro que más veces había leído, más de veinte, y porque es algo que está al alcance de cualquiera, puede uno confesar que no hay año que no haya visto El hombre que pudo reinar, la película de John Huston sobre un relato que Kipling escribió con veinte años. Y si es cierto que hay otros poetas mejores que él en lengua inglesa (sólo entre sus contemporáneos: Yeats, Hardy), su poema Si es el más memorizado y querido para millones de lectores de todo el mundo.

La biografía de Kipling es en cierto modo una de sus novelas. En la última que he leído, La vida imperial de Rudyard Kipling, cuenta su autor, David Gilmour, una anécdota que no conocía. La celebridad del sexagenario Kipling no tenía límites (no ya porque hubiera sido el escritor más joven en recibir el Nobel, con cuarenta años –vivía aún Tolstói, que no lo obtuvo–, sino porque se le conocía y leía en todos los confines del imperio), y a partir de un momento prefería el automóvil al transporte público. Sobre todo desde que “una vez le acusaron de saltarse la cola en la estación de Etchingham, y Kipling le dijo enojado al vendedor de billetes: ‘¿Se da usted cuenta de quién soy yo?’. El hombre le respondió a gritos: ‘Sé quién es, maldito míster Rudyard Kipling, y ya puede volver a su cochino puesto en la cola como todo el mundo’”. Conociendo a Kipling, creo que él mismo, pasada su furia, se reiría de buena gana de su estupidez y de la magnífica respuesta del ferroviario, a la altura de alguno de sus personajes. Lo contrario de aquellos que a diario, sobre todo en las instancias públicas, y al fin y al cabo sin el talento de Kipling, tratan de saltarse la cola de las responsabilidades, victimizándose y amenazando de una manera tan patética como ridícula: “¿Es que no sabe usted con quién está hablando?”. Sí, maldita sea.

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