Soñemos, alma, soñemos

En Cisnes salvajes, el implacable relato de Chang-Jung sobre su familia en los años de la revolución cultural, se relata la historia de Chang-Shou-yu. Disgustado este con la política del emperador, decide retirarse discretamente de la corte. Empieza entonces a vérsele con una caña a la orilla del río, sentado y abstraído horas y horas. Extrañados todos de la actitud de quien fuera en otro tiempo un cortesano activo e influyente, le preguntan cómo es que había cobrado tanta afición por la pesca, a lo que Chang-Shou-yu les responde: “Si vengo a pescar no es por la pesca”. Esta respuesta acabó de perderle, pues todos entendieron al fin sus críticas al emperador.

Lo escribió en 1903, cuando ya era viejo y empezaba a perder el favor del público

¿Es real o sólo una percepción subjetiva? ¿El número de quienes, como ese funcionario chino, se apartan de todo, es cada vez mayor? Vuelve a hablarse de desánimo y pesimismo, y “el fantasma del 98” recorre España. Sentencias judiciales demenciadas y los consecuentes “veredictos sociales” en varios asuntos penales, académicos y políticos han sumido a muchos en la pesadumbre y el desánimo. Algunos, que no se atreverían a decir lo mismo de su región andaluza, madrileña o catalana, afirman sin ambages y se diría que con perverso regusto: “La miseria de España”, “país de cabreros”, “África en ciernes”. Entretanto se disipe este (re)sentimiento, he abierto la libreta donde hace años dibujé un puñado de florecillas del campo, con sus correspondientes nombres. Me los dictó el amigo del que se habló aquí hace unas semanas. Buscaba ahora una flor recién descubierta. Pero no figura entre aquellas y no podré preguntar a mi amigo, pues acaba de morir con su secreto.

Siempre he sentido una predilección especial por esas flores humildes, a veces bellísimas, que en mayo salen por todas partes, incluso en una estrecha llaga del asfalto. Sé también que algunos se refieren a ellas como sinónimo de ingenuidad y simpleza. Ingenuo y simple, me he sentado en la pradera. Pero de pronto me acuerdo de Galdós, y su memorable artículo “Soñemos, alma, soñemos”. Lo escribió en 1903, cuando ya era viejo y empezaba, al igual que Chang-Shou-yu, a perder el favor del público. Advertía en él de los peligros del derrotismo, y ese recuerdo hizo que me fijara más en esa florecilla de nada. Créanlo o no: le estaba diciendo a otra, mucho más pequeña, “soñemos, hermana, soñemos”.

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