Subrogados

La ciencia camina a su paso por delante de la moral. No hay descubrimiento científico de relieve, principalmente en el terreno de la biología y la genética, que no apareje debates y controversias teológicas, filosóficas, éticas. Ha sucedido antes con la clonación. A veces son disputas viejas como el mundo, y en algunas, no del todo resueltas, algo se ha avanzado. Véase la desaparición de la pena de muerte o la despenalización del aborto en muchos estados, o la persecución de la violencia de género. La complejidad de estos asuntos no impide que tengamos respecto de ellos una opinión firme, defendida con vehemencia y a veces poco respetuosa para con aquellos que no piensan igual.

Esperando una ley que proteja al niño y no menoscabe derechos individuales

El último de estos debates está siendo enconado y significativo. Puestos de lado los aspectos científicos de la cuestión, intrincados y fuera del alcance de muchos de nosotros, cuando nos centramos en los aspectos éticos, advertimos que son igualmente difíciles y alquitarados, de los que se dejan en el serpentín razonamientos sutiles. ¿Cómo proceder entonces, de quién o qué nos fiaremos?

La cuestión ha dividido una vez más a la sociedad, pero no como cabría suponer: por un lado, con sus excepciones, gais y extrema izquierda se han mostrado a favor, tras maquillar el sintagma: gestación subrogada; feministas y derecha, por otro, se han puesto de acuerdo incluso en llamarlo de la manera más cruda: vientres de alquiler. Los primeros dicen defender la libertad individual; los segundos, aunque por razones diferentes, saben que donde hay miseria, no hay libertad. Nueve de cada diez prostitutas dejarían su oficio si pudieran, y la liberalización del mercado de úteros ha llevado a países pobres como India a convertirse en “granjas de mujeres”, en expresión descarnada, pero exacta, de los colectivos feministas. ¿Qué hacer entonces? Las legislaciones de los países más desarrollados, aquellos que tienden al bien común, son cautas. Y en eso estamos: esperando una regulación que no menoscabe derechos individuales, pero que al mismo tiempo no erosione el bien común, que no es otro que un niño. Nos mira fijamente, en silencio, y parece preguntar algo en nombre del género humano, y debe de ser una pregunta ­importante, porque no hay para ella una respuesta clara o ­sencilla.

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