Tengo sed

A lo largo de las décadas hemos ido conociendo los métodos que utilizan los grandes traficantes de droga para pasar fronteras sin despertar sospechas. Para no dispersarnos, centrémonos en la cocaína. Por lo peligroso que resulta envolverla en bolsitas y alojarlas en el interior del cuerpo para luego expulsarlas en un orinal, han ido inventado recursos menos arriesgados: introducir la sustancia en el yeso de un brazo supuestamente roto, en jabones, en imágenes de santos, en crucifijos, dentro de botellas de aceite o vinagre, en peluches para niños, en aceitunas, en caramelos en general y en piruletas y alfajores en particular, en plátanos, en barras de Snickers, en el armazón de una silla de ruedas, en muñequitos de Minions... Hace un par de meses, la policía colombiana descubrió, gracias a uno de sus perros husmeadores, cocaína –¡teñida de negro!– en el interior de tóners de tinta de impresora.

La creatividad a la hora de pasar droga es tal que los aduaneros se las ven y se las desean

La creatividad es tal que, para detectarla, los aduaneros se las ven y se las desean. Hace años, antes de tomar un vuelo internacional en el aeropuerto de Bogotá, asistí al mayor despliegue de controles que he visto en mi vida. Lento, metódico... Ninguna maleta, bolsa o pieza de ropa quedaba sin registrar. Hace unos años, el escritor Luca Rastello –muerto en accidente de coche este julio– publicó un libro muy interesante ­sobre el asunto: Cómo contrabandear cocaína a toneladas y vivir feliz (en cinco fáciles lecciones).

Pues bien, por debajo de esos estratosféricos métodos para pasar drogas de alto nivel, está el mundo terrenal del contrabando de alcohol. No me refiero al que hubo en Estados Unidos durante la ley seca, que últimamente hemos visto retratado de forma magistral en la serie Boardwalk Empire, sino al que se da ahora en los países donde el islam es la ley. En Arabia Saudí las autoridades de aduanas acaban de pillar a un señor que intentaba entrar 48.000 latas de cerveza Heineken disfrazadas de Pepsi. La noticia la da Al Arabiya –la gran rival de Al Yazira–, que muestra imágenes de un agente de aduanas pelando el adhesivo azul de Pepsi para dejar al descubierto la lata verde de Heineken. Es el último caso, pero en los últimos dos meses ha habido dos más: un saudí que intentaba pasar la frontera con diecinueve botellas de licor escondidas en los pantalones y un envío de salsa de tomate con casi 20.000 botellas de bebidas alcohólicas dentro. De haber sido vodka, hubiesen podido preparar un bloody mary colosal.

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