De toros otra vez

Quienes me lean habitualmente saben que, un verano tras otro, lanzo mi grito de protesta contra las infinitas fiestas veraniegas basadas en la tortura a animales no humanos por parte de animales humanos mucho más bestias que sus víctimas. Mientras esto siga ocurriendo, lo repetiré sin cansancio: detesto pensar que hay personas que se regocijan con la tortura y la muerte de otros seres vivos. Rechazo la idea de que nosotros somos superiores a cualquier otra especie y podemos usar al resto de los pobladores del planeta a nuestro antojo, sin ninguna consideración.

QUIENES AMAN LAS CORRIDAS NO SONMÁS ESPAÑOLES QUE QUIENES LAS ODIAMOS

Me niego a llamar fiesta a un espectáculo sangriento, y cultura a un acto de violencia y muerte. Y, por añadidura, me avergüenza pensar que para muchos, dentro y fuera de nuestro país, algo tan horroroso como los toros sea un símbolo que nos identifica, la fiesta nacional por excelencia: quienes aman las corridas no son más españoles que quienes las odiamos, aunque los unos y los otros pertenecemos a dos Españas no sólo ­diferentes sino incluso contrapuestas.

La protesta contra ese tipo de festejos y contra las corridas en particular se ha visto empañada este año por la polémica en torno a la muerte de Víctor Barrio. Las barbaridades vertidas por algunos supuestos antitaurinos en las redes han perjudicado una lucha que debe ser tan firme como pacífica: sólo mediante la razón conseguiremos vencer a quienes consideran que la violencia es algo banal e incluso divertido, y la violencia ejercida por esos descerebrados contra el torero muerto y sus familiares es tan condenable como la que ellos ejercen contra los toros. Las palabras quizá no maten, pero también hieren.

Ahora bien: todos sabemos que por las redes pululan gentes llenas de odio que aprovechan cualquier ocasión para expresarse. Cada vez que ocurre una catástrofe o que una persona conocida sufre un percance, miles de personas se dedican a escribir estupideces y a hacer daño. La muerte de un torero –tan lamentable como la de cualquier otro ser humano– no escapa a las normas de indecencia, agresividad y estulticia que inundan las redes. Convertir eso en un machacón asunto de primera plana, como si nadie más hubiera sido nunca agredido en el complejo territorio de la palabra virtual, es a fin de cuentas aprovechar algo muy feo para defender lo ­indefendible.

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