Un libro de W. Cather

Termina agosto y aún no he hecho mi habitual recomendación en estas fechas de un libro. Esta vez he elegido a una espléndida –y poco conocida– autora estadounidense, Willa Cather, una mujer que creció en el último cuarto del siglo XIX en Nebraska, territorio de pioneros e inmigrantes empeñados en labrarse una vida mejor en contra de todos los elementos.

Cather se crió más como un chico que como una chica, y durante toda su vida odió el papel que su época reservaba a las mujeres. De hecho, mientras estudiaba Literatura Inglesa en la Universidad de Nebraska, se vistió de hombre y se hizo llamar William, distanciándose así de la ñoñería exigida a su género. En 1895 fue contratada como periodista por un diario, y más tarde trabajó como profesora, hasta que en la década de 1910 lo abandonó todo para dedicarse a la literatura.

Hay algo bellamente femenino en 'Mi Antonia', un clásico en diversos países

Willa Cather conoció el éxito como escritora e incluso logró en 1922 el premio más prestigioso de su país, el Pulitzer. En español se pueden leer varias de sus novelas y relatos. La obra que yo prefiero es Mi Ántonia (Ed. Alba, traducción de Gema Moral Bartolomé), que para muchos lectores y profesores de literatura de diversos países es ya un texto clásico. Cather se basó en sus recuerdos de una amiga de la infancia para narrar la vida de Ántonia Shimerda, una niña checa recién llegada a América con su familia. Es por supuesto una historia de lucha, de superaciones y adaptación, el relato lleno de admiración –y maravillosamente escrito– de la vida de aquellos pioneros que, a base de esfuerzo, lograron domar tierras indomables.

A pesar de que Willa Cather rechazaba muchos de los condicionantes de su género, hay algo bellamente femenino en este libro. La épica que lo recorre, la exaltación de la fuerza de voluntad y el combate, no es la épica con la que un hombre podría observar la violencia arrolladora de los cowboys armados de pistolas, sino la de la una mujer capaz de sublimar los pequeños gestos cotidianos, de descubrir la grandeza que se esconde en una vida común. Cather anhelaba escribir como un hombre, sin sensiblería ni cursilería ninguna. Lo logró, desde luego, pero la suya es indudablemente una mirada femenina. La de alguien acostumbrado a valorar no las grandes gestas, las guerras sangrientas y dolorosas, sino la lucha silenciosa de los héroes anónimos que, al final, son los que terminan por construir las sociedades que valen la pena.

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