Una humillación más

Por las fechas en que se celebraba el cuarto centenario de la muerte de Cervantes, José Jiménez Lozano, premio Cervantes él mismo, publicaba un artículo. Anunciaba en él que probablemente fuese el último, así lo querían el señor Montoro y la señora Báñez, ministros de Hacienda y de Trabajo respectivamente. De hacerlo, se quedarían estos con la mitad de su pensión. Dicho en otras palabras: la ley le condena a ser pobre, y a sus lectores, a no volver a leer una línea de uno de los escritores más finos, libres y sagaces con que cuenta hoy España.

En España, un escritor debe dejar de publicar si quiere conservar su pensión

¿Y por qué este desaguisado? En España, a diferencia de la mayor parte de los países europeos, las rentas del capital no son incompatibles con las pensiones, pero sí las del trabajo. Un jubilado español puede seguir cobrando íntegra su pensión y, por ejemplo, los alquileres de cien pisos de su propiedad, si los tiene, pero un escritor no, si los derechos de autor o el dinero de sus artículos o conferencias sobrepasan la cantidad de nueve mil euros al año, pese a que su jubilación no es una gracia que le concede el Estado, sino un derecho que se ha ganado a pulso con sus cotizaciones a lo largo de su vida.

Los escritores, periodistas, profesores y muchas otras gentes han mostrado su indignación, como es natural, porque al “escribir en España es llorar”, de Larra, hemos de añadir ahora un “y sin pañuelo”, porque no tendrán dinero para comprarse uno. Hemos oído que este disparate está en vías de solución, y le alegraría a uno que así fuese, pero esa esperanza no acaba de hacernos olvidar lo principal: ¿a quién se le ocurrió poner en marcha esta última vejación? “¿Cómo es que a un hombre tal no lo tiene España muy rico y sustentado por el erario público”, recordaba Jiménez Lozano citando al licenciado Márquez Torres, que visitó a Cervantes en su casa. Y añadió lo que dijo entonces, no sin cinismo, el caballero francés que le acompañaba: “Si la necesidad le ha de obligar a escribir, quiera Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico al mundo”. Vamos a menos. En tiempos de Cervantes, un escritor, porque era pobre, había de seguir publicando hasta el mismo día de su muerte. Hoy un escritor ha de dejar de hacerlo, si quiere seguir pasando hambre, quiero decir conservando su pensión y ser un muerto en vida.

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