De vacaciones

Una de las mejores cosas que pasan en vacaciones es que me puedo permitir el lujo de leer revistas, una de mis grandes pasiones, sin prisas, sin ir escaneando las páginas buscando algo interesante que pueda usar en el trabajo.

Sentado en un café en la deliciosa, sucia e imponente Génova, leo tranquilo el suplemento de artes del Financial Times y me congratulo reencontrándome con la columna semanal de Tyler Brûlé. Veo que no ha cambiado desde hace años, cuando usé sus escritos como ejemplo de parte de lo que quería explicarles en el Magazine.

En su columna de hoy habla sobre cómo se imagina a sus lectores y, fiel a su estilo, Brûlé sigue viviendo en una burbuja donde todo el mundo que vale la pena viaja en primera clase, toma zumos de pomelo en grandes hoteles en Mitteleuropa y le felicita por sus escritos cuando se tropiezan con él (preocupado por ir despeinado) en la cola de inmigración de los aeropuertos (me sorprende que haga cola, no va con su estilo de vida).

Después de leer este periódico abro poco a poco The Economist y me permito el lujo de no buscar en el índice qué leer. Repaso con atención cada página y leo un poco sobre casi todo. Este semanario, al igual que el Financial Times, está encantado de haberse conocido y se deleita en autorreferenciarse y darse la razón cuando predijo acertadamente tal y cual suceso. Delicioso.

Pasan las horas y aquí sigo. A ritmo de expresos continúa mi lectura sin rumbo aparente. Ahora toca Vanity Fair, que compré porque uno tiene que leer de todo y nunca se sabe de dónde vendrá la inspiración, como decía Tess McGuill. En uno de los artículos habla de una fragancia y una cerveza que ayudamos a concebir durante el año pasado, y pienso por un momento en mi trabajo. En lugar de pararme en ver qué dicen y cómo lo dicen paso página rápidamente, lo que para mí significa que he desconectado totalmente de la rutina. Buena noticia.

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