Vacas mochileras

De entrada parecía buena idea. Hace seis años investigadores del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria argentino lograron recolectar las flatulencias de los bovinos. Son animales que liberan pedos tremendos, que contribuyen de forma espectacular al efecto invernadero. Una vez capturados, purificados y comprimidos serían biocombustible que se utilizaría como energía para uso doméstico: luz, neveras, radiadores... Incluso como combustible para los coches. Uno de los investigadores detalló el rendimiento: “Una vaca emite alrededor de 300 litros de metano por día, que pueden ser utilizados para poner en funcionamiento una heladera de 100 litros de capacidad a una temperatura entre dos y seis grados durante un día completo”. Por si no fuese bastante beneficio tener una nevera en marcha cada día gracias a una simple vaca, disminuiría la cantidad de gases nocivos para el medio ambiente.

¡Cuántas grandes ideas topan, de repente, con la cruda y mustia realidad!

Tal como repite la FAO, lo ideal sería que dejáramos de comer carne porque los rumiantes producen el 9% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Desaparecidos los rumiantes de la faz de la Tierra, ese 9% pasaría a ser cero. Pero dile eso a un carnívoro, sobre todo si es de Argentina, donde los asados son un orgullo nacional. Por ello decidieron capturar las ventosidades vacunas con ese sistema de cánulas que van desde la panza de la bestia hasta una mochila que se sitúa en su lomo. La conexión se hace con fístulas de 2 milímetros de diámetro, inseridas por micropunción, con anestesia, para que el animal no sienta dolor. Que ningún animalista sufra por si esa mochila es pesada y puede acabar por lastimarles la columna, todo el día con ella de un lado a otro. Es grande, pero tan sólo pesa 500 gramos, infinitamente menos que las pesadísimas mochilas que cargan en sus espaldas los niños de hoy en día.

Tras seis años de pruebas han llegado a la conclusión de que el invento es una chorrada. Los del Instituto de Tecnología Agropecuaria dicen ahora que es una fantasía sin base científica. De forma que han readaptado el viejo plan y se dedican a medir la cantidad y las características de los cuescos bovinos en función del clima y del tipo de alimentación de cada zona del país, a fin de mejorar los pastos y los suplementos alimentarios para que emitan menos metano. Así mantienen el postureo sostenible y Argentina puede seguir produciendo sus espléndidos bifes de chorizo, gracias a Dios sean dadas.

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