El viejo stradivarius

Oía uno, minutos antes de ponerme a escribir este artículo, Radio Clásica, que de tantas espeluncas melancólicas nos ha sacado a lo largo de la vida. Jamás saldaremos los happy few con ella nuestras deudas de gratitud y consuelo. Tenía bien pensado aquello de lo que iba a tratar, de lo que trataré, al fin y al cabo, lo cual no garantiza nada, dada la propensión de uno a los pensamientos impresionistas, más o menos vagos, intemporales, aproximados. Con todo, me había dicho a mí mismo, como aquel que se infunde valor antes de entrar en fuego, antes de sumergirse en una batalla peliaguda: vamos a hablar de Europa. Y en esto irrumpió en la radio un viejo luthier.

quiere acabar con europa, de donde han nacido admirables partituras políticas

Se hallaba, dijo, al final de su carrera. Se refirió a la nobleza de su oficio, uno, en su opinión, de los más nobles: transformar la materia en música, un trozo inane de abedul o de ciprés en animadas melodías inefables. Recayó entonces la conversación en Stradivarius y los sublimes instrumentos que él fabricó. ¿De dónde procede su misteriosísimo y ­único sonido? ¿De las maderas que buscó en el helado Septentrión, del modo de trabajarlas, de los barnices? Algunos sugieren, apuntó el discreto luthier, que tal secreto se lo llevó un arroyo. Corría junto al taller del maestro cremonense, y en él ­lavaba sus herramientas, impregnándose estas de algunas magas sustancias que transmitirían después a sus violines y ­violoncelos. “¿Quién lo sabe?”, concluyó, “¡es todo tan misterioso y frágil!”.

Y aquí entra en danza Europa. Acabábamos de ver en la televisión cómo los obreros que habían abucheado en una fábrica a Macron, la mayor parte excomunistas, vitoreaban minutos después a Marine Le Pen. Quiere esta, furiosa y alarmante, como su rubio teñido, acabar con Europa, el viejo stradivarius de donde han nacido algunas de las más admirables partituras políticas que haya oído el ser humano: el vals llamado Igualdad, la sonata Libertad y la sinfonía Fraternidad, músicas todas ellas arrancadas a menudo a horrísonas y sangrientas balumbas religiosas, sociales, absolutistas, totalitarias. Sí, nada tan frágil como el bien. Bastan dos o tres desdichados golpes o un solo e insensato referéndum para acabar con el viejo stradivarius hecho un montón de astillas del que ni siquiera Radio Clásica podrá arrancar nada que se parezca a música.

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