Volando voy

Vueling ha comprado nuevos Airbus-320 que incorporan detalles inéditos. El primero es que, en las cinco filas delanteras de asientos, que tienen un precio más caro que los demás, hay enchufes para que los pasajeros puedan cargar sus dispositivos electrónicos, y eso es novedad en una compañía de bajo coste. El segundo es que los asientos ya no son reclinables. Poder reclinar el asiento es bueno, por un lado porque la posición es más cómoda y te permite echar una cabezadita, pero también porque, cuando te toca detrás alguien que no deja de dar patadas a tu asiento, puedes avanzar el torso hacia delante y, de golpe, echarlo hacia atrás con toda tu fuerza, a ver si así se da cuenta de que no viaja solo. Vueling explica que han dejado de ser reclinables porque así son más finos, pesan menos y ganan una fila de seis asientos: en total ahora caben 186 en lugar de los 180 de los anteriores Airbus-320. Y aún gracias que no proponen, como Ryanair, llevar a la gente medio derecha, con asientos como los que a veces hay en los laterales de los vagones de metro, en los que no te puedes sentar sino simplemente apoyar el culo.

Empiezan a desaparecer de los aviones las señales con un cigarrillo tachado

El tercer detalle –el que me ha llamado más la atención– es que, junto a la señal luminosa de “abróchense el cinturón”, hay ahora otra con el pictograma de unos dispositivos móviles tachados. Indica los momentos en los que, al inicio y al final del vuelo, hay que apagar móviles, tabletas y portátiles. Esta nueva señal ocupa el lugar que antes ocupaba la del pictograma de un cigarrillo tachado, obsoleta desde que ya no se puede fumar en ningún vuelo, a diferencia de lo que sucedía antes, cuando había zona de fumadores y de no fumadores. Hace ya décadas –cada vez más– que eso ya no es así. No se puede fumar ni en los vuelos que, por anglicismo gregario, llamamos domésticos y, en cambio, en los aviones perdura aún la señal del cigarrillo tachado, lógica en aquellos tiempos. Eso permitía, cuando viajabas de Asia a Europa o viceversa, encontrar a veces grupos de japoneses no fumadores que, en el check-in, cuando les preguntaban si querían asiento de fumador o de no fumador, todos pedían de fumador. Eran grupos tan numerosos que enseguida copaban la zona, de modo que los fumadores se veían obligados a sentarse en filas donde no les permitían ni un pitillo. Y en aquella época eran vuelos de más de catorce horas. Qué grandes eran aquellos japoneses tocapelotas.

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