Yo, robot

Ahora que estamos en pleno agosto y por fin disfruto de unos merecidos días de asueto –¡las ganas que tenía de escribir “unos merecidos días de asueto”!– me parece que me iré a Japón. No porque me interese especialmente, pero seguro que, una vez allí, encontraré mil cosas fascinantes además de sopas ramen, mangas y quimonos. Iré porque hay un hotel gestionado casi en exclusiva por robots. Soy asocial y, si me dan a escoger, prefiero tratar con robots que con personas. Una vez, en el aeropuerto de Newark, tras bajar del avión, cuando ya había pasado control de pasaportes y de equipaje, de camino hacia la parada de taxis me encontré con el holograma de una azafata que nos daba la bienvenida. No era un robot pero me gustó. Al menos no era una persona y, por eso, le devolví el saludo con más efusividad que si lo hubiese sido.

Este agosto he decidido irme unos cuantos días de vacaciones a Japón

El hotel al que me refiero se llama Henn Na, que significa “extraño”. Está en la ciudad de Sasebo, en el suroeste del país, lo que –por si las moscas– lo sitúa lejos de Fukushima. En recepción, a los huéspedes los recibe, en inglés, un robot dinosaurio. A los que hablan japonés los recibe un robot mujer. Me parece una discriminación, pero bueno. Sobre el desayuno y otras amenidades hoteleras te informa un robot con reconocimiento de voz. El gerente del hotel –un humano, lástima– explica que permiten abaratar los precios. No les pagan nóminas ni hay que darles vacaciones.

Hace unos años empecé a pensar que había llegado la hora de tener un perro. Incluso decidí de qué raza: un beagle. Me gustan porque tienen cara de perro y no de psicópata asesino, como otros. Compré un libro para familiarizarme con el que iba a ser el primer perro de mi vida. Aún lo tengo: Beagle, de Elizabeth Lanyon (Editorial Hispano Europea), con fotos a todo color y explicaciones sobre sus características, su adiestramiento, los cuidados que necesita... Pero entonces, un día, paseando por una calle, vi a uno que se detenía en un parterre, dilataba el ano y excretaba. Tal cual. Si lo hago yo me multan. Que un ser vivo adulto sea incapaz de defecar y luego limpiarse correctamente me hizo abandonar para siempre la idea de tener un perro. Fue entonces cuando valoré la posibilidad de comprarme un Aibo, uno de esos perros robot que fabrica la empresa japonesa Sony. En eso estoy aún. Ahora que viajaré a Japón y me hospedaré en el Henn Na, en cuanto vea un Aibo y verifique que no caga, compro uno y me lo traigo de vuelta.

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