El Robin Hood de los dardos

La aguja del pajar: Phil Taylor

Trabajador en una fábrica de cerámica, policía frustrado, Phil Taylor descubrió un día que donde ponía el ojo, ponía el dardo. Ha ganado 80 grandes torneos y ha sido 16 veces campeón del mundo. La diana lo ama.

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FOTO: GETTY IMAGES

Phil Taylor (Stoke-on-Trent, 1960) se crió en una casa destartalada, un hogar con ventanas tapiadas y sin instalación eléctrica, como otras tantas familias inglesas de clase baja de los setenta. Con su madre fue recogedor ocasional de chatarra, pues la mísera paga semanal del padre apenas duraba cinco o seis días. Rechazado del cuerpo de policía por altura insuficiente, dejó la escuela a los 15 años y empezó a trabajar como obrero de la metalurgia y luego en una falta de cerámica. ¿Qué tiene de especial este hombre de hombros encorvados y eterno luchador contra un sobrepeso exagerado? Pues que es el rey absoluto de los dardos, deporte de masas en Inglaterra, con 16 campeonatos mundiales y 80 torneos. Donde este hombre pone el ojo, pone el dardo gracias a una tenacidad y una perseverancia combinadas con un cerebro de gran rapidez aritmética: su lanzamiento suave del dardo, deliberado y poco ortodoxo, lo ha hecho único. Uno de los mejores deportistas de la historia.

A pesar de que a partir de los 10 años descubrió su talento natural para los dardos, no fue hasta los 20 cuando empezó a practicar este deporte de forma regular con un equipo de pub llamado The Huntsman para el que empezó a trabajar tres noches por semana. Fue a partir de entonces cuando Eric Bristow, mejor jugador de dardos del mundo durante un largo periodo, descubrió su genialidad y le prestó cerca de 10.000 libras para participar en diversos torneos. A partir de allí empezó a forjarse la leyenda de The Power, como es apodado Taylor muy comúnmente, y una intensa y polémica amistad con su mentor que perdura hasta el día de hoy.

¿Qué tiene de especial este hombre de hombros encorvados y eterno luchador contra un sobrepeso exagerado? Pues que es el rey absoluto de los dardos, deporte de masas en Inglaterra, con 16 campeonatos mundiales y 80 torneos

Cuando el joven de Stoke empezó su carrera profesional, la cobertura televisiva de los dardos se había reducido a un solo torneo, el Campeonato Mundial de la Embajada, y las cifras de audiencia bajaban exponencialmente a la par que los anunciantes abandonaban su patrocinio. Los jugadores tenían serias dificultades para poder ganar suficiente dinero como para dedicarse exclusivamente, y no se vislumbraba luz al final del túnel. En este contexto, a principios de 1990 un grupo de 16 de estrellas de este deporte formaba una organización disidente llamada Professional Darts Corporation (PDC) y empezó a celebrar sus propios campeonatos del mundo retransmitidos por el sistema de televisión satelital Sky. Al poco tiempo, los dardos reflotaron vertiginosamente para acabar situándose en la élite de los deportes de masas, al mismo tiempo que la carrera del joven Phil ascendía de forma meteórica hasta límites inconcebibles, llegando a ganar más de dos millones de libras anuales. A pesar de la fortuna acumulada, sigue considerándose todavía hoy de la clase obrera ya que, según él, “es algo que va más ligado al estado de ánimo que al estado de tu cuenta”, como afirmaba recientemente en una entrevista para el diario británico The Guardian. El mismo periódico revelaba que Taylor posee actualmente 14 propiedades, una de ellas en la isla de Tenerife, todas compradas en efectivo, rehuyendo las hipotecas a las que tanto teme el dardista.

La vida personal del mejor dardista de la historia no pasa por su mejor momento: su madre se encuentra en un grave estado de salud, a la par que él atraviesa una difícil separación con la que fue su esposa durante 23 años y madre de sus cuatro hijos. A pesar de ello, afirma que su compromiso con el deporte no se ha visto para nada mermado por ello, sino todo lo contrario, asegurando que el nivel de concentración requerida durante las competiciones lo ha ayudado a superar los trances. Recién llegado a la última final del Mundial el pasado enero y a pesar de haberla perdido por la mínima ante el escocés Gary Anderson, parece que el inglés sigue al pie del cañón, cada año más presionado por unos rivales con un nivel de competitividad creciente que amenazan un largo reinado que, si no se encargan de hacerlo ellos, la edad acabará derrumbando.

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