“Me bebería todos los buenos vinos de casa”

Elena Ochoa

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Tiene la ambición de crear por la necesidad de no sentirse muerta. Quizá por ello se ha reinventado muchas veces en la vida. Ha sido psiquiatra, profesora de Psicopatología, presentadora del programa Hablemos de sexo en TVE y actualmente es editora de arte. Se llama Elena Ochoa Foster (Ourense, 1958). Está casada con Norman Foster y tienen dos hijos, Paola y Eduardo. Ha declarado que se muere muchas veces en la vida y que hay que resucitar. “Somos muchas personas dentro y hay que aprovechar la oportunidad de sacarlas fuera y explotar al máximo todas nuestras capacidades, de coger el tren cuando pasa, de reinventarse constantemente y de hacer todo lo que a uno le da la gana”, ha dicho. Y lo hace todo con pasión, con ausencia de miedo al riesgo. En su vida de ahora es fundadora y directora general de Ivorypress. Estos días presenta el libro ­Tummelplatz, de William Kentridge, una edición de nueve ejemplares con dos volúmenes cada uno que contienen diez grabados estereotípicos del artista sudafricano.

–El título me retrotrae a mi antigua profesión durante veinte años como psiquiatra y analista… Tummelplatz suena claramente freudiano y está relacionado con el espacio escondido o esa sala donde tiene lugar la asociación libre, el universo donde viven los actos y los pensamientos imprevistos y el espacio de creación (incluso caótico) donde la actividad de nuestro cerebro (áreas secretas/salas dentro y fuera de uno mismo) pinta paisajes… Tummelplatz es el estudio de Kentridge en este preciso momento… y su vida se prolongará más allá en este libro.

No sabe si hay algo más allá de la muerte (“Le contestaré cuando me muera”, responde), pero no le tiene miedo alguno porque, dice, pertenece a esa clase especial de ciudadanos afortunados “que hemos tenido la ocasión de abrazarla fuertemente y con ternura. La muerte no es una extraña para mí. La llevo conmigo a diario, es mi partner incómodo, impredecible pero soportable... hasta que me gane la partida”.

La vida es ahora para Elena Ochoa el amor a los suyos y a sus proyectos.

–¿Cómo hay que vivirla?

–Es cada uno quien tiene que descubrir lo que la vida significa. Es un asunto personal e intransferible.

1. Si supiera que mañana es el último día de su vida, ¿qué haría? ¿Cómo lo pasaría?

Convocaría con urgencia a todas las personas que quiero, respeto y amo y organizaría en menos de 24 horas la cena más memorable y divertida del mundo que finalizaría con el mejor flamenco hasta la madrugada. ¡Pero no diría a nadie que esta sería mi última cena! Detesto las despedidas. Así que me retiraría discretamente con mi familia aprovechando la distracción con el fin de velar el último sueño de mis hijos y de Norman.

2. ¿Qué le hubiera gustado hacer y ya no podrá porque no tendrá tiempo?

Siempre hay tiempo para hacer lo que uno de verdad quiere. Pero si pudiera observar mi vida como en una película, quizá hubiese dedicado más tiempo a bailar y a ir al teatro, a escuchar más música.

3. ¿Qué aconsejaría a los que se quedan?

Persigue imparable e implacable lo que deseas.

4. ¿Cómo diría que fue su vida?

Un vuelo corto pero muy intenso a través de paraísos y desiertos, pilotando múltiples universos y diversos planetas, todos bellísimos a su manera.

5. ¿De qué está más orgullosa?

De mi marido, Norman, y de mis hijos, Paola y Eduardo. De mis padres maravillosos, que se fueron para siempre demasiado pronto. De mi equipo imbatible en Ivorypress y también del equipo excepcional, leal y apasionado, en la Norman Foster Foundation.

6. ¿Se arrepiente de algo?

¡A estas alturas la lista es infinita... Alas! Pero hay que seguir viviendo, así que no dedico tiempo extra a los arrepentimientos. Prefiero considerar cada día lo que he hecho mal, mis impertinencias y desplantes horrorosos, y pienso antes de dormir lo que haría de otra manera y procuro así mejorar mi actitud, mi conducta, tomar decisiones más sabias y responsables al día siguiente... y hacer así la vida más agradable a los demás.

7. ¿El mejor recuerdo de su vida?

Los veranos interminables en Biarritz con mis abuelos y en San Sebastián, donde aprendí a caminar de la mano de mi abuelo en la playa de La Concha; también en Sanxenxo con mis padres, mi nana Margarita, mis hermanos y mi pandilla jugando al clavo y haciendo castillos en la playa uno detrás de otro con puentes y canales; también el navegar en mi barco diminuto a primera hora de la mañana, y las sardinadas en el bosque al atardecer, cenas en la casa preciosa de mi tío Asdrúbal Ferreiro y de amigos de mis padres, los bailes en A Toxa... Ahora todo ese mundo ha desaparecido, las casas ya no están y han construido en su lugar edificios con pisos y apartamentos anodinos, se han cargado la costa y el Sanxenxo de mi infancia y adolescencia, aunque me han dicho últimamente que el Club Náutico de Sanxenxo sigue sensacional, espero que siga la terraza donde aprendí a jugar al ajedrez y me reí sin parar con mis amigos de entonces... Aunque pienso que en mi último día preferiría centrarme en los recuerdos de nuestros veranos salvajes, divertidos y llenos de belleza con mi familia y mis amigos en Martha’s Vineyard.

8. ¿Cuál sería el menú de su última cena?

Huevos estrellados y tocino de cielo de postre. ¡Y me bebería si pudiera todos los buenos vinos de la bodega de casa!

9. ¿Se iría a dormir?

No. Hablaría y escucharía a los míos. Y luego a solas, leería por última vez a Lorca, escucharía tres arias que están emocionalmente asociadas a momentos clave de mi vida y bebería al tiempo un calvados 25 años muy muy despacio... luego me fumaría el último cigarrillo con gran sosiego, esperando mi partida para siempre. ¡Ummhhh! Pensándolo bien, creo que no podría resistir, al apagar el último cigarrillo, regresar a la habitación de mis hijos y velar sus sueños, los besaría dulcemente hasta el final.

10. ¿Cuál sería su epitafio?

Me alegro de haber vivido. He tenido una suerte macanuda... y cuando no la he tenido, la he buscado hasta encontrarla.

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