Arquitectura para el futuro

Eva Franch

La arquitecta ebrense Eva Franch Gilabert, que dirige la AA de Londres, una de las mejores escuelas de arquitectura de Europa, plantea cómo deberá cambiar en las próximas décadas su profesión y, con ella, las ciudades

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Cuando Eva Franch llegó en el 2018 a la dirección de la Architectural Association (AA) de Londres, la escuela de arquitectura más antigua del Reino Unido (fundada en 1847), The Guardian y el Financial Times la llamaron “tornado español”, calificativo del que reniega: “Es cierto que tengo intensidad pero no creo que desestabilice”. No será un tornado pero sí un poco transgresora y decidida a cambiar cosas.

Franch (Deltebre, 1978) se tituló en Arquitectura en la Universitat Politècnica de Catalunya, que la homenajeó el pasado verano como exalumna ilustre. Apenas tiene obra hecha, lo que no impidió que su currículo tuviera lustre como para que una escuela como la AA, considerada de las mejores del mundo –por ella pasaron iconos de la profesión como David Chipperfield, Zaha Hadid, Rem Koolhaas o Richard Rogers–, la eligiera casi por aclamación (de 75 aspirantes quedaron tres).

La arquitecta cree que la división de usos que imperaba en las ciudades ya no vale: “La oficina o el comercio pueden ser hoy tu móvil”

La arquitecta empezó a trabajar en un estudio holandés pero decidió completar su formación en EE.UU., en la Universidad de Princeton (con una beca de La Caixa) y acabó dirigiendo en el 2010 Storefront for Arts & Architecture, una renombrada organización, con una galería en el Soho de Nueva York, que se dedica a la agitación urbanística y artística. Además, dio clases en universidades como Cooper Union y Columbia.

“Vi que podía diseñar proyectos pero, a la vez, que había más cosas. En EE.UU. me concentré en lo intelectual y académico y comprendí que no necesariamente uno ha de construir edificios para ser arquitecto. Para mí, la arquitectura es una manera más de entender y de cambiar el mundo”, explica.

Desde Nueva York, esta hija de capataz portuario y peluquera y amante de las matemáticas y el patinaje, dio el salto a Londres. “Creo que mi espíritu y el de la escuela son similares”, señala. La venerable edad de la AA engaña: “Es uno de los lugares más pioneros y radicales de lo que es la pedagogía y la definición de la arquitectura, ha producido grandes arquitectos y ha asumido históricamente muchos riesgos, siempre como plataforma de ideas. Algunos proyectos de los alumnos son visionarios”, dice la directora.

“Una nunca sabe si es capaz de dirigir una escuela como esta –reconoce– pero la AA necesitaba un director, estaba en un momento de reinvención y pensé que igual podía aportar algo. Además, no soy persona que rehúya los retos”. Siempre admiró el centro, con 780 estudiantes de 80 nacionalidades y 350 profesores. Le habría gustado estudiar ahí, pero es privada y no pudo acceder, una de las cosas que ella ha empezado a cambiar implantando becas.

Eva Franch admira “a los que construyen, más con las dificultades con que muchos se encuentran”´, pero, para ella, “todos somos responsables, en cierta manera, de lo que se construye y de lo que no se llega a construir, de la buena y de la mala arquitectura”. Es una idea que subyace en su concepción de la disciplina. Cuando, con varios colegas, asumió el proyecto del pabellón de Estados Unidos en la Bienal de Venecia del 2014, jugaron con el doble sentido de Office Us, de oficina de EE.UU. y de que la oficina es uno mismo. O todos.

“Me interesa redefinir la forma en que se practica la arquitectura porque hay estructuras (el despacho con uno o dos arquitectos, las jerarquías…) que me parecen un sistema de producción obsoleto y busco qué arquitectura se debe hacer hoy y cómo hacerla. Creo que ha de ser más colectiva, teniendo en cuenta las nuevas tecnologías, los ámbitos compartidos con otras profesiones…”, advierte.

Cuando dirigía Storefront Franch lanzó la iniciativa, a la que se fueron sumando ciudades (Madrid y Barcelona incluidas) “Cartas al alcalde”, en que los arquitectos enviaban al alcalde de su ciudad misivas para ayudarle a identificar problemas y proponerle soluciones. Su carta es “que el alcalde escuche a los arquitectos; por ejemplo, si quieres hacer políticas sociales, hay que construirlas”, señala.

“Hay grandes conflictos sociales, ecológicos, generacionales, emocionales… –reflexiona Franch–. La cuestión es cómo participa la arquitectura en ellos, porque busca redefinir espacios legales, económicos, sociales… desde la forma en que entendemos la propiedad, el urbanismo o el entorno público. Y hoy, ya no vale la división de usos que imperaba en las ciudades porque la oficina o el comercio pueden estar en tu móvil”.

Esto, según ella, obligará a replantear estructuras en las ciudades. Como también un movimiento masivo de lo compartido: coworking, cohabitación, servicios compartidos para hogares uniparentales o unipersonales... “La arquitectura del futuro se transformará radicalmente por aspectos como éstos. Y porque cambian el diseño y la producción. Ahora con una impresora ya puedes producir materiales”, recuerda.

Otro eje de cambio que ve es el medioambiental: “Se estudia los efectos de los materiales en el medio ambiente, en la salud… Quizás se trabajará en biomas, se diseñarán microentornos apropiados para el trabajo, para el descanso… Ya no se habla sólo de materiales sostenibles, sino de edificios que contribuyan a mantener sanos a sus residentes y al planeta, que absorban el ruido, el CO2, que reciclen sus desechos…”.

Pese a estos aspectos globales, Franch defiende que la arquitectura no debe ser homogénea, sino “entender que en cada lugar los problemas requieren soluciones locales”. “Tenemos que plantearnos cómo son las ciudades en la era del antropoceno. Cómo queremos que sean y proyectarlas pensando en los usuarios del futuro”, concluye.

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