“Me he enfadado menos de lo que habría debido”

Paolo Giordano

Vertical

Le encanta y le encantaba, pero dejó la Física porque se sentía demasiado solo entre “partículas y fuerzas silenciosas”. Y abrazó la literatura, a “los seres humanos. Los personajes con sus tribulaciones y anhelos”. Paolo Giordano (Turín, 1982), autor de La soledad de los números primos, publica ahora Conquistar el cielo (Salamandra), donde vuelve a abordar los ideales de la juventud y las vicisitudes de la pasión a través de cuatro jóvenes: Teresa, Nicola, Tommaso y Bern. Sus vidas, dice, enseñan “que los celos y la envidia son más fuertes de lo que estamos dispuestos a creer. También que existe una línea que separa la creencia en aquello que consideramos justo y el convertirse en esclavos de esa idea”.

Bern mueve toda la trama del libro, es el misterio, “un agujero negro: atrae la materia hacia sí y a los demás, los arrastra a un torbellino para después engullirlos. Por otro lado, es el personaje de quien todos se enamoran porque cada uno ve en él algo de lo que carece. Pero también es huérfano, primero un niño y luego un hombre frágil, que anhela el amor del resto”. El libro lanza la pregunta sobre el cómo elegimos en qué creer y qué sucede cuando dejamos de hacerlo.

–¿En qué cree y ha dejado de creer?

–He abrazado diversas creencias, pero, a diferencia de Bern, nunca he abandonado ninguna del todo. Poco a poco las he ido colocando una al lado de la otra con la impresión de que cada una de ellas me ofrecía un punto de vista sobre el mundo y el hombre que las demás no tenían. La religión (católica), viajar, la ciencia, la literatura, el psicoanálisis, la ecología, la empatía, el sexo libre, el amor conyugal, la guerra, son sólo algunas de las que se me ocurren ahora y que han caracterizado alguna época de mi vida.

En Como de la familia aborda la enfermedad y la muerte. “Es la historia de cómo entraron en mi casa a través del cáncer de la señora que venía cada día y que se había convertido en una más de la familia. En general pienso mucho en la muerte. Es un pensamiento fértil que debe masticarse a menudo, antes de que te sorprenda en algún lugar, supongo”, explica. Giordano no le tiene miedo a la muerte ni a los muertos debido en gran parte al oficio de su padre, que es médico y “desde siempre me ha inculcado la posibilidad de que el cuerpo se vuelva frágil, la contingencia misma del fin”. Recuerda un episodio que ocurrió cuando tenía 13 años. Estaba en un aeropuerto, a punto de partir, cuando un señor tuvo un ataque y su padre fue a auxiliarlo; la sangre le salía a borbotones por la boca. “Contemplé la escena presa de una especie de temblor.

Llegaron los paramédicos y cuando mi padre volvió le pregunté si el hombre sobreviviría. Él respondió: ‘No lo creo’. Luego nos dirigimos a la puerta de embarque y no volvimos a hablar del tema”.

No cree que exista nada más allá de la muerte y está convencido de que se puede estar muerto en vida o, para ser más preciso, ser como las brasas: durmiente, casi frío, pero con algo latente que espera encenderse de nuevo: “He vivido épocas en que me sentía más muerto que vivo. Es una sensación terrible. Pero creo que la vida tiene una capacidad brutal de volcar la brasa de golpe”.

Para vivir la vida recomienda la lectura de El proceso, de Kafka, “para no olvidarse del sinsentido y ser capaces de esgrimir una media sonrisa en su contra”. Y para afrontar la muerte, Pedro Páramo, de Juan Rulfo, y Lincoln en el Bardo, de George Saunders, “dos libros donde los muertos están presentes, es más, son protagonis­tas, indistinguibles de los vivos; dos libros donde los muertos hablan de sí mismos. Sin duda, ambos libros me parecen una hermosa forma de amaestrar a la ­muerte”.

¿Reencarnarse? “Tal vez en Albert Einstein, cuando acabó sus estudios sobre la relatividad. Debió de ser hermoso contemplar el paisaje del espacio tiempo del modo que lo vio él por primera vez, el primero entre todos los hombres”.

Giordano, físico y escritor.

1. Si supiera que mañana es el último día de su vida, ¿qué haría? ¿Cómo lo pasaría?

Prepararía una lista de canciones ideal. Compraría whiskey del caro. Y llevaría a mi mujer a comer y luego al mar.

2. ¿Qué le hubiera gustado hacer y ya no podrá porque no tendrá tiempo?

Tener una hija.

3. ¿Qué aconsejaría a los que se quedan?

Que se tomen las cosas más a la ligera (aunque probablemente fuese lo que me seguiría diciendo a mí mismo, sin éxito, incluso durante ese último día).

4. ¿Cómo diría que fue su vida?

Densa. Voraz. Demasiado inquieta. Imprevista.

5. ¿De qué está más orgulloso?

De haber sentido curiosidad por los demás, siempre, por todos; de no haber dejado que nada ni nadie pensase por mí.

6. ¿Se arrepiente de algo?

He sido demasiado obediente. Y me he enfadado menos de lo que habría debido.

7. ¿El mejor recuerdo de su vida?

Un baño con R. en el mar mientras llovía, completamente solos.

8. ¿Cuál sería el menú de su última cena?

Pasta. Pasta. Pasta. 300 gramos de pasta con al menos tres aderezos distintos. Toda la pasta que el dietista acaba de prohibirme justo hace tres días.

9. ¿Se iría a dormir?

En algún momento acabaría por entrarme el sueño. Siempre me entra el sueño en un momento u otro.

10. ¿Cuál sería su epitafio?

“Desde el autor de La soledad de los números primos”. Por desgracia una noche soñé con la dichosa fajilla también sobre mi tumba.

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