Estoy orgulloso de no haber odiado nunca

El último día de mi vida. Baltasar Garzón

Vertical

Emergencia, emergencia. Calafate, emergencia. Los dos pilotos del monomotor lanzaron el SOS cuando sobrevolaban el lago Viedma, en la Patagonia argentina. A bordo, Baltasar Garzón, su esposa, dos escoltas y un fotógrafo que quería realizar un trabajo sobre el parque nacional de los Glaciares. Era un día del 2005. “La hélice se quedó parada en posición transversal, de derecha a izquierda, y el motor se paró. Estábamos a unos 4.000 metros de altitud y rodeados de montañas”, recuerda Baltasar Garzón (Torres, Jaén, 1955). Todos siguieron la recomendación de los pilotos y colocaron sus cabezas entre sus rodillas. Todos, menos uno. Garzón, amenazado de muerte por terroristas y narcotraficantes, quiere, si ha de morir y puede, verlo. Los pilotos hallaron “una pequeña” lengua de tierra y lograron aterrizar planeando. Y él vivió para contarlo.

Garzón piensa que cada día es el último de su vida y, de hecho, habló de ello con su familia la víspera de recibir la llamada de Magazine para participar en esta sección. Y lo hizo en su pueblo, acompañado de sus familiares. “No digas tonterías, que te quedan muchas cosas por hacer”, le regañó su madre, María, de 87 años, a la que venera. “Hablamos de los que se habían ido y de cómo los que quedamos hemos de guardar sus esencias”. Evocaron la muerte de su padre, el 6 de enero de 1988, que sufrió una trombosis que le paralizó medio cuerpo y le tuvo postrado y consciente durante dos años y medio, pero sin poder comunicarse. A Garzón, al que cuando investigaba los GAL unos asaltantes dejaron en su casa una cáscara de plátano con la que intoxicaron a su perra, que quedó ciega, no le gustan ni el dolor ni la incomunicación, pero no le asusta la muerte: “Es tu compañera permanente”.

1. Si supiera que mañana es el último día de su vida, ¿qué haría? ¿Cómo lo pasaría?

Estaría con todos aquellos que me han querido y a los que he amado. Y lo haría en el corazón de Sierra Mágina, en mi pueblo, Torres (Jaén), donde nací, y contaríamos historias y les pediría encarecidamente que fueran felices y que me ­recordaran.

2. ¿Qué le hubiera gustado hacer y ya no podrá porque no tendrá tiempo?

Acabar con la impunidad. Conseguir que la verdad, la memoria y la justicia fueran una meta conseguida en beneficio de todos.

3. ¿Qué aconsejaría a los que se quedan?

Que no sean indiferentes, que combatan la impunidad y que protejan a los más vulnerables para hacer la sociedad más justa.

4. ¿Cómo diría que fue su vida?

Como dijo Neruda, “confieso que he vivido”. Mi vida ha sido intensa y la he aprovechado al máximo. El dolor por lo perdido me ha hecho ser más fuerte y comprobar dónde está la verdadera esencia del ser humano.

5. ¿De qué está más orgulloso?

De mi madre, a la que adoro por su coraje, su fuerza, su alegría, hasta en los momentos más duros de su vida, y de la que he aprendido tanto. Y, también, de no haber odiado nunca.

6. ¿Se arrepiente de algo?

De las veces que he podido equivocarme y del dolor causado por ello.

7. ¿El mejor recuerdo de su vida?

Son muchos, pero hay un recuerdo recurrente que se refiere al día en que mi padre me abrazó en mi pueblo, recién aprobadas las oposiciones de juez. Su cara de felicidad me acompaña siempre.

8. ¿Cuál sería el menú de su última cena?

Como el de cualquier otro día. Un poco de tomate, pepino, algún ahumado y, eso sí, lo acompañaría, por la ocasión, con una cerveza Westvleteren de 12º.

9. ¿Se iría a dormir?

Si la muerte fuera temprana, no. Aprovecharía para disfrutar de un buen cante flamenco y hablar con la familia y los amigos. Si la muerte fuera tardía, me acostaría y me levantaría a pelear un día más.

10. ¿Cuál sería su epitafio?

La fidelidad a las convicciones y luchar por lo que crees justo te da fuerza para continuar, siempre.

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