“Tengo orgullo del joven que se enamoró de una guapa alemana y se fue detrás de ella”

El último día de mi vida: Fernando Aramburu

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ILUSTRACIÓN: ORIOL MALET

Habito desde que nací en un hombre llamado Fernando Aramburu. No voy a quejarme. Hay desiertos peores. Este hombre me obliga a madrugar. Se ha ido metiendo en años. Tenía una melena que se le derramaba por los hombros. Hoy lleva, llevamos, los pensamientos al aire”. El autor de Patria comienza así su nuevo libro, Autorretrato sin mí (Tusquets). Aramburu (San Sebastián, 1959) vive desde hace más de 30 años en Hannover, la ciudad natal de Gabrielle, la joven alemana que un día llamó a su piso de estudiante de Filología Hispánica en Zaragoza y por quien lo dejó todo. Atrás quedó el País Vasco marcado por la violencia callejera, los atentados y los asesinatos de ETA... “Algún día escribiré sobre esto”, se dijo a sí mismo al ver entrar el féretro con el cadáver del senador socialista Enrique Casas en la casa del pueblo en 1984.

–¿Qué aprendió en esos años?

–Me ejercité en la solidaridad con las víctimas de la ceguera y las utopías de algunos. Aprendí que los hombres concretos son infinitamente más valiosos que las ideas, las convicciones, los conceptos.

No ha tenido ninguna experiencia personal con la muerte –“no he estado en coma, no me sacaron medio ahogado del fondo del mar”– aunque sí se le han muerto familiares y, cuando fue maestro, algunos alumnos. No le da miedo su propia muerte. “La tengo perfectamente asumida con sosegado estoicismo. Más me asustan el dolor o el martirio de una agonía prolongada y penosa”, explica. Y añade: “Me habría causado una enorme decepción morir antes de los 30 años. Para una vez que uno nace, que dure un poco la fiesta, ¿no?”.

–¿Hay algo más allá de la muerte?

–La muerte es la devolución al planeta de los átomos prestados. Es todo, amigos.

–¿Qué es la vida para usted?

–Es la ocasión de haber nacido y saberlo. Es montarse en un tiovivo durante un número determinado de vueltas y bajarse para siempre. Es el hecho de protagonizar un destino. Es comedia y tragedia. Es un capricho a veces hermoso, a veces horrible, de la química y la física. Sugiero vivirla con sencillez, calma, gratitud y sentido del ­humor.

Gabrielle es la Guapa. Así llama a su mujer. “En ella me he depositado, en ella reposo y con ella existo, tengo un centro, me río y me apeno. La Guapa es presencia, esencia y perfume. No es sólo que la quiera, sino que, además, me cae bien”, escribe en Autorretrato sin mí. Cecilia e Isabel, ya independizadas, dice, son sus hijas.

–¿Por qué daría su vida?

–Llegado el caso, por mi familia.

En A un visitante a mi tumba aconseja: “Ardua es su tarea no elegida de existir; pero en su mano está dotarla de sentido si a la vida general agrega unas briznas de conocimiento y hermosura con esfuerzo generoso; si multiplica y comparte, no pidiendo nada a cambio, los dones gratuitamente recibidos”. El hombre, ya metido en años, todavía le obliga a madrugar.

1. Si supiera que mañana es el último día de su vida, ¿qué haría? ¿Cómo lo pasaría?

Establecería una lista de placeres en las dosis que el poco tiempo disponible me concediera. Empezaría por orden, pasando la mano por el lomo de mi perro y oliendo una rosa. Bebería una copa de excelente vino tinto. Leería dos páginas del Quijote y un soneto de Quevedo. Escucharía un vals de Chopin, algo de Mozart y la primera parte de la Novena de Beethoven. Dejaría unas frases de afecto para los amigos. Contemplaría las estrellas. Regaría los tiestos. Besaría a mi mujer.

2. ¿Qué le hubiera gustado hacer y ya no podrá porque no tendrá tiempo?

Al final la vida, con todos sus meandros, es un solo camino. Por algunos ya nunca transitaré. Me quedaré sin saber tocar la trompeta. Me habría gustado conocer en privado a Jorge Luis Borges, ganar una etapa del Tour, ser el cantante de una banda de rock, dominar el arte de la pintura.

3. ¿Qué aconsejaría a los que se quedan?

Que no pierdan de vista su condición pasajera. Esto son cuatro días. Disfruten y serénense. No hay nada más importante que un abrazo.

4. ¿Cómo diría que fue su vida?

Fui un tipo laborioso y reconozco que algo suspicaz. Quizá podría haberme abierto un poco más a los demás, pero no encontré la ocasión ni las palabras adecuadas. Me alegro de haber domado a tiempo al niño inquieto y pegón que fui.

5. ¿De qué está más orgulloso?

Tengo cierto orgullo del joven que se enamoró de una guapa alemana, prestó más atención al corazón que al cerebro, dejó atrás su futuro profesional, su casa, su país, su círculo de amistades, y se fue detrás de ella a su país lejano.

6. ¿Se arrepiente de algo?

Sí, por supuesto. No siempre se acierta. Se trata en todos los casos de situaciones poco relevantes. En líneas generales, estoy a buenas conmigo. Pero ya digo que en alguna que otra ocasión no estuve a la altura.

7. ¿El mejor recuerdo de su vida?

El día en que ella llamó al timbre.

8. ¿Cuál sería el menú de su última cena?

Este asunto me parece de una importancia suprema. Preferiría la poesía al lujo. Unas lonchas de jamón ibérico de bellota, un cuenco de sopa de pescado, una tortilla de patata y cebolla regada con sidra fresca, un plato de quesos diversos acompañados de vino tinto; de postre, un cuenco raso de cerezas y un flan casero. La cuenta, por favor, a la Parca.

9. ¿Se iría a dormir?

Hombre, dormir antes del sueño eterno es una redundancia, ¿no? Yo me quedaría toda la noche leyendo y tal vez mirando fotos.

10. ¿Cuál sería su epitafio?

No creo que vuelva. Mirad por favor si cerré la bombona de butano

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