"No teman sufrir y prioricen el amor"

El último día de mi vida. Isabel Allende

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Es 16 de junio. La pasajera del vuelo Barcelona-Milán que ocupa el asiento 6-D lee una edición de bolsillo de La casa de los espíritus, la primera novela de la escritora chilena Isabel Allende (Lima, 1942), publicada en 1982. Era una carta dirigida a su abuelo materno, Agustín Llona Cuevas, que se encontraba a las puertas de la muerte. “Fue muy duro perderlo, porque fue muy importante en mi infancia y juventud, tuvo una influencia definitiva en mi personalidad y lo quise mucho”. Pero no fue su primera pérdida. Antes perdió a su padre, primo hermano de Salvador Allende, destinado en la embajada de Perú cuando nació Isabel y “desaparecido cuando era muy pequeña”. Y luego a su abuela Isabel, que murió de leucemia. Ella es Clara, la abuela clarividente en La casa de los espíritus, y Esteban Trueba, su abuelo. “Mi dolor, mi confusión, mi sensación de abandono, también están presentes en el libro en el personaje de Alba”, explica la escritora chilena a El último día de mi vida. En todos sus libros explora diferentes aspectos de la vida y siempre está la muerte acechando, porque no hay muerte sin vida.

–En general la presento como una amiga que viene a llevarse de la mano a alguno de mis personajes.

–Otra muerte, la de su hija Paula, le lleva a escribir otro libro titulado Paula...

–Mi hija cayó en coma el 6 de diciembre de 1991 en Madrid y murió exactamente un año más tarde en mis brazos, en California. Mi madre me dijo que ese duelo es como un túnel largo y oscuro, que hay que recorrer sola, paso a paso, lágrima a lágrima. “Hay luz al final, te lo prometo, sólo tienes que seguir caminando”, me dijo. Mi manera de andar por ese túnel fue palabra a palabra, escribiendo. La escritura me permitió comprender lo ocurrido, ordenarlo en la memoria, aceptarlo en el corazón.

“Dicen que el dolor por la pérdida de un hijo ‘es el más grande que se puede sentir’. Pero pienso que peor que la muerte debe de ser que un hijo desaparezca y no saber jamás qué le pasó, vivir con la duda, la incertidumbre, esperando”, manifiesta Isabel, que perdió a muchos amigos con el golpe militar de 1973 en Chile. Con la asonada, también perdió su país.

Isabel Allende empezó a pensar en serio en la muerte cuando su hija enfermó de gravedad. “Entonces –señala la escritora– se convirtió en una sombra siempre presente contra la cual yo nada podía hacer”.

–¿Cómo ve a la muerte?

–Como una etapa inevitable de la vida. Desde que nacemos empezamos a morir poco a poco. No temo a la muerte, pero sí temo a la decrepitud, a la dependencia.

Vive con el recuerdo de Paula, que le acompaña y anda por el mundo tocando los corazones de sus lectores. Cada día le llegan mensajes de personas que están leyendo la historia de su hija. Tenía 28 años cuando se fue, hace ahora 25 años.

1. Si supiera que mañana es el último día de su vida, ¿qué haría? ¿Cómo lo pasaría?

Seguramente lo pasaría con mi hijo, mi nuera, mi nuevo amor (Roger) y mis nietos, abrazada a mi perra Dulce, compartiendo una deliciosa cena.

2. ¿Qué le hubiera gustado hacer y ya no podrá porque no tendrá tiempo?

Bailar y cantar. Tengo tiempo para eso, pero ningún talento, las piernas cortas y mala voz.

3. ¿Qué aconsejaría a los que se quedan?

Que, o son inmortales, o la vida pasa rápido y hay que aprovecharla. Que corran riesgos, que no tengan miedo de sufrir, que sean generosos y que la primera prioridad sea siempre el amor.

4. ¿Cómo diría que fue su vida?

Espléndida, he tenido una suerte loca, porque he vivido tragedia, drama, comedia y melodrama (que es lo más entretenido) y he podido contarlo todo en mis libros.

5. ¿De qué está más orgullosa?

De mi hijo Nicolás y del cariño de mis lectores.

6. ¿Se arrepiente de algo?

De las dietas y de los remordimientos.

7. ¿El mejor recuerdo de su vida?

Cuando tuve a mis hijos recién nacidos en los brazos por primera vez.

8. ¿Cuál sería el menú de su última cena?

Depende. Si muero sin dolor y en mis cabales, quisiera comer paella preparada por mi hijo, que la hace de maravillas, y helados de postre, con un buen vino rojo. Si estoy enferma, bueno, posiblemente yogur con miel.

9. ¿Se iría a dormir?

En los brazos de mi compañero, con la perra a los pies.

10. ¿Cuál sería su epitafio?

Aquí yace un cadáver no identificado.

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