A Asghar Farhadi, uno de los directores más influyentes del cine mundial, no se le nota de entrada tanto poderío. Ni mueve el aire a su paso, ni se hace presente por la rotundidad de su voz, ni hace gala de especial carisma. No es hombre alto ni imponente, y sólo cuando se despoja de las gafas de sol se descubre la mirada escrutadora que poseen aquellos a los que no se les escapa casi nada. Discreto, su hablar pausado y la naturalidad de sus gestos le confieren un aire de sosiego que no le abandona en ningún momento durante su charla con Magazine y que, de algún modo, impregna sus películas incluso cuando discurren por parajes inquietantes. Nacido en Irán en 1972, estudió Arte Dramático en la Universidad de Teherán y ya con su tercer filme A propósito de Elly, fue elegido mejor director en Berlín, iniciando así una de las carreras internacionales más brillantes de los últimos tiempos, subrayada además por las dificultades constantes con el gobierno de su país, de raíces teocráticas y donde impera la censura. Aun así, en el 2012 su quinto filme, Nader y Simin, una separación, logró el primer Oscar para Irán, narrando al detalle un conflicto familiar entre miembros de la clase acomodada que tan bien conoce. Cinco años después, El viajante consiguió el segundo, que no recogió como protesta por el veto migratorio de Trump. Se prepara estos días para medirse en cuantas entregas de premios haya con su última película Todos los saben, rodada en España y de la que Almodóvar llegó a decirle cuando leyó el guión que reflejaba tan bien el país que si no la quería, la filmaría él. En ella, la desaparición de una niña mientras se está celebrando una boda en un pueblo del sur destapa infinitos secretos y mentiras escondidos en los pliegues de la historia familiar. Penélope Cruz, Javier Bardem y Ricardo Darín son sus protagonistas.
¿Cree que el ámbito de la familia es su hábitat natural, el caladero en el que se siente más cómodo?
No es algo que esté ahí desde el principio del proceso ni mucho menos. Pero me pongo a escribir y sale así. La mayoría de las historias que se me ocurren se desarrollan en el seno de un clan. Hay algo en las relaciones familiares que me ayuda a hablar de las cosas que me preocupan y sobre las que tengo necesidad de reflexionar en alto, y que siempre tienen que ver con los pliegues del ser humano. Son relaciones complejas sobre las que el tiempo ha incidido modificándolas a veces en un sentido y a veces en otro; para bien o para mal. Son lazos interpersonales con historia, y eso hace que resulten especialmente interesantes.
“Creo que el ser humano intenta por todos los medios alejarse de la violencia, aunque sea para caer en situaciones igualmente dramáticas”
Ahí es difícil ocultar nada importante durante mucho tiempo…
Por lo general, así es. Es el ámbito en el que se nos fotografía de un modo más real; donde se nota que somos lo que somos. En el trabajo o en otros círculos eso no sucede así. No eres la misma persona que en tu casa, sueles llevar una cortina o una máscara, pero en tu hogar, con tu familia, sueles estar sin ella y por eso te conocen mejor y más profundamente.
En la película se comprueba cuanto se parecen unas a otras independientemente del lugar o el país en el que se desarrollen esos lazos familiares.
Yo estoy convencido de que todas las personas somos como hermanos de una gran familia y, en lo esencial, no nos diferenciamos tanto unas de otras. Si existen formas distintas de manifestar las relaciones entre nosotros. Si un español quiere demostrar su amor a su hijo, lo abraza, lo besa… Quizás una mamá japonesa no haga lo mismo, pero seguro que lo quiere igual. Pero más allá de la diversidad que imponen las señas de identidad culturales, el poso es idéntico.
En su conversación está siempre presente el ser humano. ¿Tiene motivos para pensar que merece la pena creer en él?
Por supuesto. No tengo ninguna duda de que es la mejor criatura del mundo… que se puede convertir en la peor. Incluso en eso; en esa extraordinaria dualidad resulta interesante para mí. Lo respeto muchísimo, me interesa conocerlo, observarlo, notar qué siente, qué lo mueve. Es como un libro que no se acaba nunca y que guarda una nueva sorpresa en cada capítulo.
¿Incluso cuando deja que aflore la violencia, en virtud de ideas, religiones, ambiciones?
Siempre he pensado que el germen de la violencia se encuentra en la humillación y que aliviar lo segundo resultaría beneficioso para lo primero. Y es lo que, a mi modo de ver, está ocurriendo aunque los medios de comunicación sólo destaquen lo que empeora. El nivel de humillación de unos pueblos por otros, de unas personas por otras, es mucho menor que hace unas décadas, aunque parezca lo contrario. Creo que el ser humano intenta por todos los medios alejarse de la violencia, aunque sea para caer en situaciones igualmente dramáticas. Y luego hay personas maravillosas que son capaces de responder a la humillación con esperanza; como el personaje de Bardem, en la película. Por eso nuestra diversidad es inabarcable.
“Irán está cambiando de manera rápida, acelerada, superficial, no profunda; todo está tremendamente politizado, y las personas están más nerviosas y expectantes que antes”
Esa puerta abierta a la esperanza, de hecho, está en todas sus películas…
Claro, porque lo siento así. Tengo esperanza y creo que vamos hacia un futuro mejor. Aquí en Europa, por ejemplo, ha habido muchas guerras que han desaparecido, hay muchos menos conflictos. Hay un refrán que más o menos viene a decir que no somos capaces de escuchar el crecimiento de un árbol, pero eso no quiere decir que no se esté produciendo.
¿Qué le motivó para abandonar el entorno iraní, que tan bien conoce, para situar el argumento en otro lugar?
En realidad, motivos personales. No sé hasta cuándo voy a vivir y quiero aprovechar el tiempo. A través del cine puedo acercarme a otras culturas y así abrir caminos hacia otros mundos. Por otro lado, siempre he soñado con vivir en el campo y mediante esta película he conseguido rozar este sueño durante unas semanas. He podido conocer de primera mano ese ámbito tan diferente del urbano y de esas prisas y esa operatividad que nos caracterizan a los de ciudad.
¿Cómo definiría el momento que atraviesa su país?
Irán está cambiando de manera rápida, acelerada, aunque esa variación, en realidad, es superficial, no profunda. De hecho, ese mismo ambiente que encontramos en esta película, de alegría en la celebración, en el reencuentro entre los que se quieren, de solidaridad entre familiares, de calma y tranquilidad aunque ronde la tragedia, quizá ya no se puede encontrar en mi país. Y esas son cosas que me producen una enorme nostalgia. Echo muchísimo de menos esos momentos en esos ambientes. Todo está tremendamente politizado, y las personas están más nerviosas y expectantes que antes.
¿Cómo definiría su carácter?
La gente iraní es alegre y tranquila como la española, pero por las situaciones políticas, por las humillaciones de las que hablábamos por parte del Estado, ese carácter ha cambiado y tristemente va desapareciendo con rapidez.
“Hay que hacer que las cámaras pongan el foco en lo que nos une; cada cultura tiene un color, si se unen forman un arco iris, pero si un color tapa a otro ya no es tan bonito”
¿Sigue peleando con la censura cada vez que se pone tras la cámara?
Y cada vez que empiezo a escribir. Siempre es algo que está ahí. Quizá no al nivel que teníamos hace 10 años, pero sigue vivo el problema. En España sabéis muy bien lo que son estas cosas después de haber pasado por ellas durante tantos años. Nosotros lo seguimos sufriendo y tratando de esquivarlo como podemos.
Su enfrentamiento con Donald Trump le impidió recoger su segundo Oscar, ya que se negó a asistir a la ceremonia como protesta…
Y, como estamos viendo, que proscribiera a determinados países como terroristas en potencia y prohibiera la entrada de personas procedentes de Irán, entre otros muchos países, no era más que la punta del iceberg. Ha llegado incluso a separar violentamente a hijos pequeños de sus padres. Es cruel y lamentable. El radicalismo, se manifieste donde se manifieste, allá donde aparezca, tiene siempre el mismo comportamiento, sin piedad ni escrúpulos. Por otro lado, me alegro mucho de las encendidas reacciones en contra que está suscitando en la sociedad en general y entre el colectivo de los artistas en particular.
Ahora estamos viviendo en Europa la crisis de los migrantes. Cuando observa el comportamiento de determinados colectivos del segmento político, ¿no se le resquebraja ese amor por el ser humano del que hablaba antes?
Su posición no es difícil de comprender, por más que me resulte imposible de compartir. Muchas de las personas que salen de su país de manera tan abrupta lo hacen debido a la situación que se les ha creado y que no les permite la existencia allí, posiblemente por imposición de países como EE.UU., que siguen apoyando dictaduras en estos estados. Muchos de ellos podrían ser perfectamente lugares pacíficos y prósperos donde se podría vivir muy bien, mucho mejores de lo que son; pero se han cruzado en el camino de los intereses de los poderosos, y eso es lo peor que les ha podido pasar.
¿Qué relación tiene con la religión? No aparece demasiado en sus películas…
Creo que es algo muy personal. No me convencen las manifestaciones exteriores de lo que es un proceso personal e interior. Dicho esto, no se puede juzgar a nadie por sus creencias. Me disgusta el proselitismo, pero si ayuda a mejorar a las personas, eso no tiene nada de malo, al contrario.
“Trump ha llegado incluso a separar violentamente a hijos pequeños de sus padres. Es cruel y lamentable. El radicalismo tiene siempre el mismo comportamiento, sin piedad”
Considera que la cultura de su país, una de las más antiguas de la historia, es ahora mismo una gran desconocida...
Creo que es muy importante que las diferentes culturas se difundan porque ahí está nuestra identidad, es lo que porta el ADN de los pueblos. Cuando no es conocida, se hace mucho más difícil comunicarte con el resto; por el contrario, si el resto del mundo reconoce sus rasgos, es todo más sencillo y te aporta seguridad y confianza a la hora de expresarte.
¿Qué puede hacer el artista, el creador, el portador de ese ADN, para modificar el entorno cuando, como en este momento, se percibe como poco justo?
Intentar evitar los desencuentros y ese mal entendimiento que nos abruma. Como expresé en la declaración que fue leída cuando decidí no recoger el segundo Oscar, hay que hacer que las cámaras se giren y poner el foco en lo que nos une en lugar de subrayar constantemente la diferencia, lo que nos separa. Creo que la gente de cultura debe servir de puente. Cada cultura tiene un color. Cuando se unen forman un arcoíris, pero si un color intenta tapar a otro, ya no es tan bonito. No debemos permitir que eso ocurra.
¿Qué se le pasó por la cabeza cuando la revista Times lo eligió una de las personas más influyentes del mundo?
Me alegró especialmente porque vengo de donde vengo. Y luego me entró mucho miedo porque es una enorme responsabilidad y, de pronto, te ves colocado en una posición en la que no se te permite cometer errores. Es terreno resbaladizo. Hay que hacerlo bien. Ocurre lo mismo con el altavoz que te procura tener dos premios de la academia estadounidense. Es algo positivo y a la vez negativo: por un lado, tu voz se hace más fuerte y llega a mucha más gente lo que quieres contar, y por el contrario, eso hace que seas mucho más cuidadoso con lo que dices, haces y cuentas; te hace sentir diferente y, en cierto modo, te aleja de la sociedad. Eso hay que vigilarlo porque muchas impresiones se quedan por el camino.
¿Se imaginó que llegaría tan alto mientras clasificaba fotos en la tienda de fotografía en la que trabajó de joven?
Nunca, claro. Todo empezó para mí porque necesitaba contar historias y, de pequeño, al parecer, se me daba muy bien. Narraba los cuentos de maravilla. Y luego, mientras estudiaba, trabajaba en esas clasificaciones que permitían componer álbumes familiares y así iba conociendo el interior de cada clan y podía relacionarme con ellos.
Otra vez las familias…
Está claro que mi interés por ellas no es de ahora, efectivamente. Creo que ahí un cineasta o un narrador encuentra cuanto necesita.
¿Qué tipo de director es? ¿Espontáneo? ¿Puntilloso? ¿Da rienda suelta a los actores?
Mi trabajo es ver las cosas como los niños. Me esfuerzo en ser observador y en mirar las cosas como ellos, que se fijan en todo sin que lo parezca y, cuando les preguntas, son capaces de darte montones de detalles sobre un lugar que han visto, un cuarto en el que han estado jugando o incluso una situación que se ha producido mientras jugaban y a la que parecían completamente ajenos. Por otro lado, con los actores, para mí suele ser muy fácil trabajar. En el caso de Ricardo Darín, de Penélope o de Javier, la experiencia ha sido extraordinaria porque todos llegaban cada día al rodaje con algo que aportar, y eso siempre ayuda.