“El cine debe abordar temas conflictivos”

Daniel Brühl

De raíces catalano-germanas, el actor Daniel Brühl aboga por la multiculturalidad y la tolerancia en Europa e insiste en que la cultura debe ayudar a la reflexión. A sus 40 años, padre reciente, ha cumplido dos décadas de sólida carrera en el cine. Ahora da el salto a Netflix con la teleserie "El alienista" y ya planea debutar como director.

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Barcelonés de 1978, criado en Colonia, donde estaba instalado su padre, el cineasta Hanno Brühl, domina el alemán, el castellano en el que hablaba con su familia española, el catalán de los veranos de infancia en Tarragona y el inglés imprescindible para su carrera internacional que comenzó hace dos décadas con el impacto de Goodbye Lenin, una lograda comedia sobre la caída del muro de Berlín. En ella daba rienda suelta a esa mezcla de vulnerabilidad y determinación que acompaña a muchos de sus personajes y que, a menudo, refleja su rostro. La excelente Salvador (Puig Antich) significó su bautismo en el cine de aquí y su primera candidatura al Goya. Trabajar con Tarantino en Malditos bastardos o con Ron Howard en Rush, en la que encarnó al piloto Nikki Lauda, le ha convertido en actor de prestigio, con las maletas siempre a punto. Su penúltimo viaje le llevó a varias localizaciones para Siete días en Entebbe, thriller histórico de reciente estreno, pero su actualidad la marca El alienista, su primera serie bajo palio de Hollywood, en la que da vida a un psicólogo criminalista en el Nueva York del siglo XIX. Eso y su paternidad reciente, que lógicamente le ha dado mucho que pensar, sentir y disfrutar.

¿Qué debe tener un proyecto para que lo aleje de disfrutar de la paternidad?

Originalidad. En el caso de El alienista ya estaba en la novela y después en los guiones. Todo suena a nuevo; esos hechos fascinantes que ocurren en Nueva York, personajes pioneros en lo que hacen. Cuenta cómo se iniciaron tantas ciencias sorprendentes que hoy conocemos muy bien.

¿Se ha parado a pensar lo incómodo que era todo en aquella época?

Así es. Desde el trato entre las personas, tan formal, hasta ese vestuario tan incómodo, pero reconozco que como actor te hacen modificar tus posturas corporales y entender el pasado. Mi oficio tiene el privilegio de viajar en el tiempo, pero, a menudo, le tienes que echar mucha imaginación, pasión y experiencia si no hay dinero. Aquí todo es hiperauténtico porque lo hay. Se han reconstruido calles enteras del Manhattan de la época, las iluminaron con lámparas de gas para crear la atmósfera gótica de la serie. Yo he hecho películas en Alemania en las que en el guion pone que habrá 50 caballos y una multitud y llegas al set y hay tres figurantes, una montura y un carro. Así es muy difícil hacer magia.

“Me caigo mucho mejor que cuando tenía quince años menos. Estoy más tranquilo y relativizo las cosas mucho más. El nacimiento de mi hijo ha sido esencial porque te pone el ego en su sitio y el narcisismo del actor deja de ser importante”

¿Cree que la televisión le está ganando la partida al cine?

La verdad es que sí. Hay una televisión de alta calidad, lo que es beneficioso para los espectadores, para los actores, los equipos técnicos y artísticos. Es un campo muy atractivo. Para nosotros es maravilloso poder explorar durante meses un personaje; conocerlo a fondo. Pero el cine es un formato mágico, y es un gran reto contar una buena historia en dos horas. Vivimos tiempos duros para el cine. Atraer a la gente a las salas es cada vez más difícil con todas esas posibilidades de consumir las películas a través de televisiones –algunas, de gran tamaño– o con la inmediatez de las plataformas digitales que llegan a los móviles o al ordenador. Pero luchar por el cine merece la pena; hay que ser más inteligentes y reinventarnos. Empezar de cero, si es preciso. Me preocupa mucho su futuro.

Tiene en su haber unas setenta películas. ¿Qué ha sido lo mejor y lo peor de la profesión que eligió hace casi dos décadas?

Ha habido de todo. Momentos estupendos, películas que no han salido como pensabas, otras que no funcionaron pero fueron importantes para mí… Miro atrás y veo que ha sido mi voluntad y decisión la que me ha hecho meterme en cada proyecto, consciente del riesgo. He confiado en mi intuición. Hay momentos que marcan tu carrera, como Goodbye, Lenin, y otras películas que me han permitido salir de mi país y explorar otras culturas. Siempre he reaccionado a las ofertas de distintos lugares; nunca he tenido una estrategia pensada. Acabé trabajando más en Estados Unidos desde que hice la película de Tarantino, pero lo único bueno de la globalización es que la industria americana se ha acercado a Europa porque tenemos historias probablemente más interesantes que las suyas, fantásticos técnicos y artistas talentosos. Tarantino me abrió los ojos cuando contrató a actores franceses o alemanes para encarnar personajes de estos países buscando un resultado más auténtico.

¿Le hubiera gustado trabajar más en ­España?

Siempre. Salvador y Eva fueron grandes películas que me dejaron con la miel en los labios, y busco constantemente proyectos en España y en Sudamérica, porque me fascina el cine de Chile, el argentino o el mexicano. La colaboración con José Padi­lha, que es brasileño y me ha dirigido en Siete días en Entebbe, me causó una curiosidad y un acercamiento a ese segmento del cine que me interesa mucho. Pero como profesional no me limito a ciertos países, no me veo como actor que sólo quiere trabajar en Estados Unidos. Aunque la serie me haya tenido atado allí algún tiempo.

En El alienista se cuenta la historia de la primera mujer policía de Nueva York. En qué buen momento…

Absolutamente. Y toda su lucha es que la tomen en serio como tal. Es muy triste comprobar cómo, si indagas en lo que ocurría en la sociedad de aquellos tiempos, el abuso hacia la mujer ni siquiera se cuestionaba. Es muy importante lo que está ocurriendo ahora. Es un movimiento que no afecta sólo a nuestra profesión, aunque tenga más visibilidad, sino que ocurre en todos los sectores y en gran parte del mundo. Es indispensable que vaya cambiando la conciencia y dejen de producirse esas situaciones tan lamentables en un trabajo que comparto con tantas compañeras en cada rodaje. No me puedo imaginar cómo es posible que se hayan producido algunas situaciones y comportamientos tan detestables por parte de algunos hombres muy poderosos en la industria del cine. Pero eso, sin duda, va a cambiar.

Ha cumplido los 40. ¿En cuántos aspectos de su vida ha cumplido sus expectativas?

Ante todo, gracias por recordármelo; ya me ha fastidiado el día (risas). Ahora, en serio. No me afecta tanto porque pienso que estoy en un momento muy bueno de mi vida; me caigo mucho mejor que cuando tenía quince años menos. No quiero sonar como un abuelo, pero hay cosas estupendas que te llegan por el simple hecho de hacerte mayor. Estoy más tranquilo y relativizo las cosas mucho más. El nacimiento de mi hijo ha sido fundamental porque te pone el ego en su sitio y el narcisismo del actor deja de tener importancia. Mi vida no es aburrida. Pero tampoco creo que haya llegado a ninguna parte ni que ya lo tengo todo hecho.

“No me siento alemán, catalán o francés. Cayó el Muro, las fronteras se abrieron y llegó esa diversidad tan rica. Yo quiero aferrarme a eso”

¿Qué ha dejado para los próximos 40?

Producir y dirigir, entre otras cosas. Lo primero, seguro, porque estoy ya en ello, y lo segundo creo que vendrá después. El año próximo podría decidirme a atacar ese sueño. Y seguramente dejaré Europa, donde mi familia y yo somos muy felices, para instalarnos en Nueva York, por el trabajo de mi mujer, que es psicóloga. Y a mí no me importa nada; al contrario. Y a la vuelta de ese tiempo me gustaría volver a vivir en Barcelona una larga temporada.

Suena extremadamente organizado. Parece que le gusta mucho planear las cosas…

Bueno, estoy casado con una alemana (risas). Es más eficaz, yo soy más caótico y aunque me gusta hacer planes soy mal organizador. Al final, el jefe es el niño en cualquier caso…

¿Realmente los latinos y los germánicos somos tan diferentes?

Cuando estoy en Catalunya o en el norte de España, veo mucha gente que se parece bastante al alemán. De todos modos, los clichés ya no cuadran tanto. Llegas al aeropuerto de Barcelona y tienes tus maletas en diez minutos. En uno alemán puedes esperar más de una hora. El coche alemán ya no es tan fiable tampoco… Creo que lo mejor siempre está en la mezcla. Al alemán, en general, le falta chispa y una manera de ver la vida más alegre. Un poco de sal le vendría bien. En cualquier caso, sigue existiendo esa mente germánica tan cuadriculada, eficaz pero algo aburrida, y que a los españoles nos cuesta entender del todo.

Habla de instalarse en Barcelona... ¿Cómo vive el momento político en Catalunya?

Creo que los gobiernos han cometido muchos fallos. Es muy triste, porque la coexistencia de tantas culturas diferentes tiene un gran valor, y que no se esté logrando mantener la libertad, la convivencia y el respeto supone un gran fracaso. Ha habido momentos en los que pensé: “Esta no es la Barcelona que yo conocí”. Ha cambiado, pero puede volver a cambiar. Soy optimista; son etapas de la historia, que nunca se queda quieta. Tampoco la corrupción ayuda porque da mucha rabia a los ciudadanos y les hace dejar de creer en el sistema. Confío en que se creen gobiernos que recuperen la confianza porque si no es así, acabará al frente algún payaso como Trump.

Y siempre le quedará el Barça para llevarse una alegría…

Eso nunca cambiará. Soy culé desde siempre; he disfrutado muchísimo con mi equipo y de ese gran jugador que es Iniesta. He sentido mucho su marcha porque es parte de mi vida. Pero ellos también se hacen mayores. Y vendrán nuevos jugadores, que nos entusiasmarán, aunque siempre recordaré esas obras de arte en lo deportivo.

Habla de respeto, convivencia y libertad. Usted vivió un momento que simbolizó esto último: la caída del muro de Berlín…

He tenido la suerte de crecer en un entorno muy europeo. Nunca me he sentido alemán, ni español, ni catalán o francés y tengo familia de todos esos países. He vivido tiempos muy abiertos, de gran tolerancia. Cayó el Muro, las fronteras se abrieron y llegó esa diversidad tan rica e inspiradora. Yo quiero aferrarme a eso. Quiero creer que todos podamos vivir unidos en un continente fuerte, multicultural y expresarnos ante nuestros problemas graves para poder solucionarlos.

“Tenemos la guerra fría de nuevo, la decisión de Trump sobre Irán, el conflicto eterno de Israel (...) Pero quiero ser optimista”

¿Nos equivocamos al pensar que el mundo sería distinto desde ese momento?

Parecía que desaparecerían los bloques que eran los que nos mantenían separados, y eso fue muy esperanzador, pero probablemente poco realista. Tenemos la guerra fría de nuevo, la decisión incomprensible de Trump sobre Irán, el conflicto inacabable con Israel, en el que se dan dos pasos adelante y tres atrás. Pero hay señales positivas: los presidentes de las dos Coreas cogiéndose de la mano y cruzando la frontera… Quiero ser optimista. Necesito creer que mi hijo vivirá tiempos mejores que los que he vivido yo, y que cuando me pregunte podré darle respuestas; querrá decir que lo que ocurrido se ha podido entender.

Dicen que Europa no tiene remedio…

Porque cada pueblo se ha empeñado en vivir en su cajón históricamente. El proceso de nuestro continente ha sido y es durísimo. Hemos estado en guerra durante siglos unos con otros, hemos vivido el fascismo como en ningún otro lugar… Por eso debemos ser más inteligentes; para no repetir los mismos errores. Pero ahí está la autocracia rusa o Erdogan en Turquía… El panorama no es fácil.

¿Cuál es el papel de la cultura en un momento tan desangelado?

Creo que se debe afrontar los temas conflictivos y hay ser valientes sin provocar. Buscar historias que merezcan ser contadas. No es tanto un momento para diversiones facilonas como para fomentar el ­intercambio de ideas y generar reflexión sobre lo que ocurre, sobre todo entre la gente joven que se nos escapa porque está demasiado metida en el mundo de la información superficial de las redes sociales y no sabe lo que ocurre realmente. Se trata de aumentar la tolerancia y la curiosidad para evitar los populismos simplones que no nos ayudan a nada. Lo veo en Alemania con la subida del movimiento de ultraderecha que hace que vuelvan los prejuicios y esos eslóganes baratos. Y la gente se cree lo que les cuentan... Hay que luchar en contra de esto, y la cultura debe comprometerse a ello.

¿Se puede sacar algo positivo de las crisis?

Lo único bueno es que hacen surgir historias distintas y potentes. Incluso en Estados Unidos veo a la gente más comprometida; sale más a la calle y habla de política. En esos tiempos más pacíficos que hemos vivido nadie pensaba mucho en temas sociales y políticos, pero esta generación de jóvenes no tendrá más remedio que involucrarse. Yo espero que sea así.

Suspense psicológico

Filmada en Hungría y con mimbres de gran producción, El alienista es un thriller ambientado en el Nueva York de finales del XIX en el que un psicólogo –o alienista, en lenguaje de la época–, un detective (Luke Evans) y una mujer policía (Dakota Fanning) se afanan por atrapar a un sanguinario asesino en serie. Los diez capítulos están disponibles en Netflix.

Un sólido currículum 

El actor en su último filme, Siete días en Entebbe, trabajó junto a Rosamund Pike; en Malditos bastardos, a las órdenes de Tarantino; Salvador (Puig Antich), un papel complejo que demostró su talento; Goodbye Lenin, la película que le descubrió, y Rush, donde da vida al piloto de fórmula 1 Nikki Lauda

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