“Por la libertad de expresión iríamos a la cárcel”

Los Javis

Para esta pareja de actores madrileños, hoy también guionistas y directores, cada proyecto iniciado de forma modesta se ha convertido en fenómeno. Javier Ambrossi y Javier Calvo triunfaron con 'La llamada', en teatro y cine, ejercieron de profesores en Operación Triunfo y ahora ven cómo su webserie 'Paquita Salas' da el salto a Netflix. Su frescura ha conectado con el público.

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Los creadores de esta atractiva bicefalia convertida en fenómeno llamada los Javis citan al Magazine en el lugar donde todo comenzó. En el madrileño teatro Lara, al lado de donde vivía esta pareja en lo personal y en lo profesional. Cada vez que pasaban por su puerta, camino de sus trabajos de microteatro, se les avivaban los deseos de crear un espectáculo para que se representara en el vestíbulo de la mítica sala, entonces de moda. La constancia “y los cientos de e-mails que enviamos” fueron sus mejores aliados. La llamada se puso en pie para dos días y lleva representándose cinco años, además de haber dado el salto al cine con un éxito que les llevó a optar al Goya a la mejor dirección novel. Al tiempo, una ­webserie, hecha entre amigos y casi por pasar el rato, Paquita Salas, se convirtió en tal fenómeno viral que su segunda temporada ha nacido bajo palio de Netflix. Y para el que aún no les pusiera cara, un dato más: ejercieron de comprensivos profesores con los chicos de Operación Triunfo. Durante esa etapa, en Barcelona, sufrieron una agresión homófoba en plena calle. Ambrossi y Calvo, sin embargo, no son dos que parecen uno, por más que a menudo se terminen las frases. El primero, nacido en Madrid en 1984, marca entusiasmo en cada gesto. El segundo, también madrileño pero más joven, del 91, es más reflexivo; parece como si le hubieran pasado más cosas de las que no siempre le apetece hablar.

“Nuestra mayor inconsciencia ha sido que, sin ser directores ni guionistas, tan sólo dos actores, nos hemos tirado sin red porque no teníamos nada que perder”

A ustedes ¿cuándo les llegó La llamada?

Javier Calvo: La de ser actor, a los 16. Hice un casting y empecé en la serie Física o química, pero después me harté de esperar, de tener que estar guapo, ser majo y ocurrente frente a ciertas personas para que me contrataran. En algún momento decidí reivindicar mi derecho a caer mal. Es agotador querer algo que desea tanta gente y que te obliga a ser quien no eres para encajar. Y me puse a crear mis propias obras.

Javier Ambrossi: Yo escribo desde los 13. Gané un concurso escolar. Justo cuando creía que todo se me daba mal porque estaba en un cole de chicos y no me gustaba jugar al fútbol, eso me hizo cambiar de idea.

No vivió una buena adolescencia…

J.A.: Estaba incómodo en el colegio, que era del Opus Dei, y me pasaron cosas bastante fuertes, pero no tengo mal recuerdo de aquella etapa. Fue complicada porque nadie me echó una mano siendo niño y me dijo “tú eres esto o lo otro”. Nadie me ayudó emocionalmente. Y un día en Farmacia de guardia apareció un personaje gay y me despejó las dudas. ¡Gracias a la televisión!

¿Les es posible entender un país pionero a la hora de aprobar el matrimonio homosexual y que un tiempo después quiere meter en la cárcel a un rapero?

J.A.: Así somos. Dos pasos adelante y tres para atrás. España y sus contrasentidos. Peor sería que no hubiera ningún avance.

J.C.: Que alguien vaya a la cárcel por un rap con la de corruptos que quedan impunes va a haber que replanteárselo.

¿Qué piensan de la corrección política que impera estos días?

J.C.: Que el creador no puede estar ahí. No tiene ni que ser responsable; ni exponer razonamientos a través de su obra que le hagan bien a la humanidad. No es su función; es hacer sentir y a veces algo puede ser molesto. Si no, nunca se habría rodado Rompiendo las olas, por ejemplo.

J.A.: Nosotros por la libertad de expresión iríamos a la cárcel, lo tengo claro. Fuimos a Rusia contratados por la resistencia LGTB a hacer La llamada de manera underground, con el tema este de fondo de la relación de amor entre una monja y una estudiante, con la maleta llena de tacones, los minitrajes para las actuaciones de las chicas. Y teníamos que decir que éramos turistas… La podíamos haber liado, pero era lo que había que hacer.

“Paquita Salas refleja el mundo de esa gente de cierta edad para la que el mundo se ha convertido en algo extraño. Aunque no nos confundamos: no sabrán lo que es Netflix, pero su experiencia vital tiene un valor incalculable”

Les funciona esa frase de “lo hacemos y ya vemos”, que han puesto tan de moda…

J.A.: Siempre nos encontramos con los que dicen a todo que no. No se puede meter una banda en directo, no se puede poner humo en el hall, no se puede, no se puede... Pero resulta que sí se puede. Nos pasa mucho. No podemos callar si vemos que hay gente que no hace bien su trabajo. Está todo demasiado viciado. No soportamos esa frase tan estúpida: “Esto es lo que hay”.

¿Hasta qué punto son el resultado de su propia inconsciencia?

J.A.: La mayor ha sido que sin ser directores ni guionistas, sólo dos actores que queríamos hacer algo más, nos hemos tirado sin red porque no teníamos nada que perder. Eso te hace entender las cosas de una manera que nadie ve. Con la lógica del que no tiene más herramientas.

¿Existirían los Javis sin “los amigos de los Javis”?

J.C.: No. Ni sin mi madre, que nos hacía tortillas de patata y gazpacho para todo el equipo.

J.A.: Mi hermana Macarena (García), en vez de aceptar cualquier película o serie de las que le ofrecieron después de ganar el Goya, se vino a hacer una obra de teatro al hall de un teatro sin cobrar. Llum Barrera lo leyó y dijo: “Va”. Los chicos de la banda de música, actores, técnicos... La verdad es que si lo pienso ahora me parece increíble. Nos encanta trabajar con nuestros amigos; somos los más nepotistas.

J.C.: Es como en la movida madrileña, que lo hacían todo entre amigos; sin demasiadas pretensiones, para pasárselo bien…

J.A.: Y utilizando tanto los defectos como las virtudes. Eso lo tenían ellos y también está en nosotros.

Un punto a lo Almodóvar sí tienen…

J.A.: Para nosotros es máximo referente y un ejemplo de libertad creativa.

J.C.: Él fue quien me inspiró y quien me hizo querer dedicarme a lo que hago.

¿Les sienta cómodo el traje de referencia de “la generación de la crisis”?

J.C.: No sé si eso es así. Han sido unos años muy malos; no había nada de nada. Había que inventárselo. Es lo mismo que ha pasado con los youtubers; no pueden esperar a que les produzcan una teleserie. Quieren expresarse como son y se ponen ante una cámara. Somos una generación impaciente. No podemos esperar a que nos llamen para hacer algo que seguramente ni siquiera nos va a gustar y no va a tener nada de artístico, pero a lo que sin querer intentaremos amoldarnos. Yo quiero que lo que hago me guste a mí y sea reflejo de quien soy en ese momento. Somos de una generación que queremos que lo que hacemos tenga nuestra personalidad y trabajar con libertad.

J.A.: Pasándolo de maravilla, aunque trabajemos 24 horas. Tomándolo todo muy en serio, pero relativizando y sin rendir pleitesía a nadie…

Lo cierto es que les ocurren cosas insólitas. Paquita Salas va camino de la leyenda. ¿Cuál es la clave del éxito?

J.C.: Todos hemos estado desfasados en algún momento; fuera de onda. A mí también me parece insólito haber creado un personaje que pueda representar a todo el mundo, que tenga tantas caras, sea divertido y tenga emoción. Nació como una broma; haciendo un vídeo para Instagram sobre una representante algo desubicada…

J.A.: Estábamos con Anna Castillo y Brays Efe, que no era actor y trabajaba en una discoteca en la que nos colaba. Llevaba barba y se puso unas gafas tremendas. Y luego llegó Belén Cuesta, que era mi compañera de curro en un bar. Total que la empezamos a liar, surgió hacer capítulos de cinco minutos, con un actor invitado en cada uno; plano y contraplano, todo muy básico, pero se nos empezó a ir de las manos también. Debemos ser muy intensos…

“Lo de las redes tiene mucho peligro. Abandoné Twitter porque no me hacía nada bien buscarme a mí mismo, que es algo que me llamaba cada vez más. Y luego está el tema horroroso de los boicots”, dice Ambrossi

En tiempos de la discriminación por edad en muchos ámbitos, llama la atención que su heroína sea una señora de 50 años…

J.A.: Es cierto. Además, las mejores frases las dicen ella o la Obregón, que sale en algún capítulo. Es muy injusto que a las actrices mayores se las borre del mapa; son el mejor regalo para un director. No es

­cierto que a la gente no le guste ver historias que les ocurren a los mayores, sobre todo a las mujeres, porque son supersabias.

J.C.: Paquita es muy como mi abuela, que llegó un momento que no entendía el mundo, que se había convertido en algo extraño para ella. Entre el 2000 y el 2010 todo ha cambiado más que en siglos, y para los mayores eso no es fácil de asimilar. Pero no nos confundamos. No sabrán lo que es Netflix, que me lo preguntó el otro día Andrés Pajares y se quedó impactado cuando se lo conté, pero su experiencia en la vida y en el trabajo tiene un valor incalculable.

¿Cómo viven este momento de poder y de visibilidad de lo femenino?

J.A.: Está siendo lo que tenía que haber sido hace tiempo. Yo me he criado con mi madre y mi hermana Macarena, fascinantes, complejas, libres, independientes, llenas de matices, y creo que las hemos sabido reflejar tanto en La llamada como en Paquita, que habla de la relación de las mujeres con su entorno laboral, y ahí no entran las relaciones amorosas ni las maternidades y tienen distintas edades y físicos. Nosotros no entendemos la vida de otro modo.

¿Los Javis son ustedes o los que van de punta en blanco a los estrenos?

J.C.: Son la cara pública de Javier Calvo y Javier Ambrossi. Y además me gusta mucho expresarme a través de la ropa. Los referentes artísticos que tengo son Bowie o Almodóvar. Los dos tienen una forma de relacionarse con su imagen.

J.A.: Si vas a los Goya, pensar qué te pondrás le da cierta importancia al momento; habla de ti. Lo de los Javis nos lo puso Belén Cuesta. Es increíble cuando vas solo por la calle y dicen: “¡Mira! ¡Los Javis!” (risas).

J.C.: Noto que nos quieren. Gente que no nos conoce de nada que nos dice que se alegra mucho de lo que nos está pasando. Yo creo que piensan que también les puede ocurrir a ellos. Pero ya empiezan a aparecer algunos haters en las redes. Al principio todo va bien, pero cuando empiezas a crecer salen las envidias.

J.A.: Y seguimos siendo los mismos. Un poco más currados y algo más pasados de rosca quizá. Pero nuestra mirada del mundo es la misma.

Usted abandonó Twitter…

J.A.: Lo de las redes tiene mucho peligro. Primero, que no me hacía nada bien buscarme a mí mismo, que es algo que me llamaba cada vez más. Y luego está el tema horroroso de los boicots, lo del guionista de Allí abajo que por un chiste acabó recibiendo insultos y amenazas de muerte y no sé cuántas barbaridades. Hay una doble moral tremenda con esto y no creo que fomente la libertad de expresión porque está en manos de corrientes morales que circulan por las redes y que marcan lo que está bien y lo que está mal simplificado en un me gusta o en un retuit. Me quitaba mucha libertad y estaba harto de que me dijeran lo que tenía que pensar.

¿No les parece que cada vez que se usan las redes se le pisa un callo a alguien?

J.C.: Pones “Buenos días” y te responden: “Mira qué contentos. Como son famosos…”.

J.C.: Pero España en esto también es especial. Fuera se genera una noticia y se comenta en las redes. Aquí un comentario que arme un pelín de jaleo acaba titulándose: “Polémica en Twitter por tal cosa”, cuando es algo que han comentado entre cuatro, no una avalancha. Eso no es noticia. Es el poder del odio y de la torpeza porque son opiniones que no están muy meditadas.

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