"He tenido demasiada suerte y varios fracasos realmente esplendorosos”

El último día de mi vida: Antonio Garrigues Walker

Vertical

ILUSTRACIÓN ORIOL MALET

Esta es la entrevista más sorprendente y menos convencional que me han hecho y quisiera empezar con una frase que encontré en una revista médica: ‘El envejecimiento se caracteriza por una progresiva pérdida de la integridad fisiológica, que conduce al deterioro de la función mental y a un incremento de la vulnerabilidad a la muerte’. No se puede decir mejor”. Antonio Garrigues Walker (Madrid, 1934) no teme a la muerte –“De momento, claro”, apostilla– ni a la soledad, pero sí a la limitación física que impone la edad. A sus 84 empieza a notarla, dice, y le fastidia. Ha superado los 83, la expectativa media de vida, por lo que reconoce que está viviendo más de lo debido. Pero prefiere no “seguir dándole más vueltas a este tema. Estar vivo es siempre cosa buena. Y mi idea es seguir viviendo”.

De adolescente estuvo a punto de fichar por el Atlético de Madrid. No firmó el contrato porque su padre no estaba de viaje y no le dejó. Su vida discurrió por otros derroteros. Testigo clave de medio siglo de la historia de España, ensayista, dramaturgo y jurista, Antonio Garrigues Walker, impulsor de uno de los bufetes más importantes de Europa, acaba de publicar Manual para vivir en la era de la incertidumbre (Deusto). ¿Qué recomienda en este libro?

–Aceptar la incertidumbre, renunciar a los dogmatismos, dar importancia a la felicidad e intentar ser ético, que no es fácil.

Ya no puede jugar a tenis todo lo que le gustaría, pero sí escribe por placer y deporte. Porque el cerebro, dice, es un músculo que o lo ejercitas o te devora. Estimula su capacidad creativa y la parte emocional de su cerebro porque, asegura, es clave para su felicidad. Así, lleva escritas 50 obras de teatro, una por año.

–¿Cuál es la obra de teatro de su vida y por qué?

–La primera. Se llamaba Oda para que las mujeres sean bellas, fértiles y fecundas y concluía con la actriz tirando un muñeco de hombre al público. Hay una frase que me gusta: “Corazón insepulto, tengo miedo a la historia y me imagino solo, pensador de posibles, aferrado a la necia vigilante esperanza”.

El empoderamiento de la mujer lo va a cambiar todo, vaticina, porque, entre otras cuestiones, tiene mayor flexibilidad, capacidad para adaptarse a los cambios y para el diálogo que el hombre, cuya capacidad “de queja es increíble”. Echa de menos a una mujer, Helen Walker, su madre, que murió cuando él era un niño. Uno de sus biógrafos le preguntó qué le diría si la viera ahora. Antonio Garrigues Walker trascendió antes de responder: “¿Por qué te has muerto tan pronto?”. Su sentimiento de orfandad es mayor ahora que en otras etapas de su vida. La añora, y “su recuerdo me ayuda mucho”, dice.

Cuenta que no ha sentido personalmente muy de cerca la muerte...

–Lo más parecido fue una vez, hace mucho tiempo, que iba con las dos piernas escayoladas a la antigua y volcó el pequeño barco de pesca en el que iba y me fui al fondo rápidamente. Pero me ayudaron y volví a tierra agarrándome al barco volcado. No fue nada serio, sólo un susto terrible. Como el que tuve cuando me atracaron en Nueva York y acabé en un hospital, o cuando en un vuelo a Canarias cayeron las máscaras de oxígeno.

El Eclesiastés es la obra que recomienda para todo: levantar el ánimo, relajarse, celebrar la vida o afrontar la muerte. Cree que hay algo más allá, mucho más allá, “y en cuanto lo sepa, lo diré. Debe de ser glorioso”.

–¿Qué es la vida para usted? ¿Cómo hay que vivirla?

–La vida es estar vivo y cada uno debe hacerlo a su manera y según le vaya. Lo de “yo soy yo y mi circunstancia”.

Todo tiene su tiempo, dice el Eclesiastés.

1. Si supiera que mañana es el último día de su vida, ¿qué haría? ¿Cómo lo pasaría?

Me gustaría pensar que lo asumiría con toda natura-lidad. Sin angustia o temor alguno. Pero dudo que fuera capaz de tanta grandeza socrática.

2. ¿Qué le hubiera gustado hacer y ya no podrá porque no tendrá tiempo?

Aprender a bailar tango, tocar bien un instrumento musical, leer todos los libros que he debido leer, ver la Tierra desde la Luna y unas mil o dos mil cosas más.

3. ¿Qué aconsejaría a los que se quedan?

Que no acepten ni den consejos. El ejemplo es el único camino.

4. ¿Cómo diría que fue su vida?

Como una vida amable en la que he tenido demasiada suerte y varios fracasos realmente esplendorosos.

5. ¿De qué está más orgulloso?

De aceptar, por fin, que ­tengo muchas más culpas que méritos. Algo así como el triple.

6. ¿Se arrepiente de algo?

De unas mil o dos mil cosas.

7. ¿El mejor recuerdo de su vida?

Nunca miro al pasado. No hay que alimentarse de recuerdos. Es muy mala costumbre. Hay que vivir en el porvenir. Ahí están los mejores recuerdos.

8. ¿Cuál sería el menú de su última cena?

Judías verdes con patatas cocidas es un plato insuperable. Quizá también, como aperitivo, una ensaladilla rusa de las perfectas.

9. ¿Se iría a dormir?

Si pudiera, sí. Pero ni siquiera lo intentaría. Es posible que me pusiera a escribir algo. Un poema amoroso, por ejemplo.

10. ¿Cuál sería su epitafio?

Ninguno. Y si alguno, sería un epitafio cómico. De los que recuerdo, los que más me gustan son el de “Eso es todo, amigos” o el que proponía Groucho Marx de “¡RIP, RIP, HURRA!”.

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