“No podrán poner en mi lápida que no he disfrutado de la vida”

El último día de mi vida: Fran Rivera

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ILUSTRACIÓN: ORIOL MALET

El torero se ha podido morir en el ruedo. Dentro de su malísima suerte ha tenido mucha suerte”, declaró Enrique Crespo, el cirujano que le intervino en el quirófano de la plaza de toros de Huesca la tarde del 10 de agosto de 2015. Fran Rivera Ordóñez (Madrid, 1974) sintió miedo, “miedo con palabras mayores”, cuando días después le contaron cómo Traidor, el cuarto toro de la tarde, le dio una doble cornada que le atravesó el abdomen. Fue un miedo a perderse y no estar con sus hijas. Con Cayetana y Carmen, que nacería nueve días después. “Ese miedo fue atroz...Luego piensas que, de haber tenido que ser, en la plaza no es mal sitio”. Tenía 10 años cuando su padre, Francisco Rivera, Paquirri, fallecía como consecuencia de una cornada. Fran no se acordó de él esa tarde de agosto, aunque fue quien le enseñó que un torero ha de estar dispuesto a dar su vida a un toro.

-Si quieres ser algo en el toreo estás obligado a ello. Obliga el vestirse de luces. Si tú le estás pidiendo al toro que dé la vida por ti, tiene que ser recíproco. Siempre con una apreciación: el torero va a la plaza a torear, no a morir, aunque ha de estar dispuesto a hacerlo.

- ¿Y qué le dice Lourdes, su mujer, cuando le escucha esto?

-Pues ahora me dice que está supertranquila de que haya dejado de torear.

Ni le da miedo ni le asusta la muerte, la ve con guasa. “Me da más miedo fracasar aquí, en la vida, que la muerte”, afirma. Por eso le gustaría irse con los deberes hechos, aunque le apenará perderse las cosas de “aquí, mi gente, mis hijas”. El Cristo de las Tres Caídas y la Esperanza de Triana son su fe, donde se agarra en los momentos duros y a los que siente en los buenos. “Son –dice–, la columna en la que he montado mi vida; sin ellos estaría mucho más vacía”. Cree que hay algo más allá aunque “nadie ha venido a decirte mira mi alma, aquí se está de arte o aguanta ahí todo lo que puedas que esto es muy chungo”. Cree que hay cielo, “el paraíso de la Biblia, donde te reúnes con todos los tuyos cuando mueres, o la tierra, a la que vuelves y vas a mejor si has sido bueno o a peor si han sido malo”.

Le hubiera gustado ser vaquero y cabalgar siempre hacia el Oeste, pero es torero porque un día se lo dijo a su abuelo Antonio Ordóñez y éste le enseñó a vivir como tal. A los 30 años perdió a su madre, Carmina Ordóñez, quien le llamaba Francisco cuando le iba a regañar. “A papá le ha cogido un toro y está en el cielo con la Esperanza de Triana”, le dijo ese 26 de septiembre de 1984.

-¿Que le enseñó la muerte de su madre y de su padre?

-La muerte no tiene que enseñar nada, o yo creo que no enseña nada. Te da lecciones la vida cuando ves algo y puedes reaccionar. La muerte de mis padres me enseñó, no obstante, a echarles muchísimo de menos. Me enseñaron ellos con la vida que llevaron. Y en el caso de mi padre, incluso con la forma de irse.

A la muerte, acaba, no hay que darle muchas vueltas. Está ahí y siempre va a estar mientras estés vivo, porque para morirse hay que estar vivo.

Viva y disfrute de su vida.

1. Si supiera que mañana es el último día de su vida, ¿qué haría? ¿Cómo lo pasaría?

Ostras… Pues, creo que con mi familia me iría al campo y estaría exprimiendo cada segundo con mis hijas, mi mujer y cuatro amigos muy íntimos. Y montaría a caballo.

2. ¿Qué le hubiera gustado hacer y ya no podrá porque no tendrá tiempo?

Lo que me gustaría hacer es torear otra vez. Volver a torear en Sevilla, en Madrid, un domingo de Resurrección, esos días especiales… Es lo que me gustaría, pero ya no va a poder ser porque me he retirado; y de esta profesión hay que saber irse para hacerlo con la cabeza alta.

3. ¿Qué aconsejaría a los que se quedan?

Que aprovechen, que disfruten de la vida. Que la vida hay que vivirla. Hay que vivirla con esa intensidad del que sabe que cualquier día te puedes ir porque la gente, el ciudadano de a pie, se cree que va a vivir toda la vida y eso no es cierto. Hay que ser más conscientes de que no vamos a estar aquí siempre y disfrutar de las cosas, sobre todo de las más sencillas, que al final son las más maravillosas. Tienes que obligarte a disfrutar, porque muchas veces nos encerramos en la obligación, el compromiso y el trabajo y nos olvidamos de parar un poquito. Aprendan a parar un poquito el reloj.

4. ¿Cómo diría que fue su vida?

Me podrán poner muchas cosas en mi lápida, pero que no he disfrutado de mi vida no lo podrán poner.

5. ¿De qué está más orgulloso?

De la sangre que tengo, estoy tremendamente orgulloso. De mis amigos, que me demuestran cada día que son amigos míos, y de haber sido torero.

6. ¿Se arrepiente de algo?

Hay cosas que no volvería a hacer, pero arrepentirme, no. Al fin y al cabo, todo lo que haces en la vida es lo que te forja.

7. ¿El mejor recuerdo de su vida?

Tengo muchos, de muy diferentes épocas y con muchísima gente y en muchos momentos. No me podría quedar con uno; gracias a Dios es imposible.

8. ¿Cuál sería el menú de su última cena?

Patatas fritas con filete y jamón serrano.

9. ¿Se iría a dormir?

Ese día apuraría, apuraría hasta el final, pero llegaría un momento en que digo bueno me voy a dormir y a descansar un poquito, no vaya a ser que luego necesite estar en plenitud de facultades porque nadie ha venido a contarnos qué es lo que pasa.

10. ¿Cuál sería su epitafio?

Supo disfrutar de cada momento que nos da la vida.

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