"Necesito estar siempre en movimiento"

Álex de la Iglesia

Autor de algunos de los títulos más destacados del cine español de las dos últimas décadas, el cineasta bilbaíno, de 51 años, celebró sus bodas de plata tras la cámara mientras rodaba 'El bar', que ahora se estrena. En ella, un grupo de personas queda atrapado al estallar la violencia en la misma puerta del local donde desayunan.

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¿Tenía ganas de hacer una película ligada a la actualidad?

Su lectura social es evidente. Lo que pasa me interesa siempre que se corresponda con sentimientos reales: esa sensación de miedo, de inestabilidad agudizada por el terrorismo que no controlamos y que nos demuestra que todo puede cambiar en un segundo. Lo fortuito puede ser muy estimulante.

Una de las frases del filme reza: “El miedo nos muestra cómo somos”.

Es la esencia de lo queríamos contar. Cómo el personaje que te creas es un montaje; un constructo social que te resulta cómodo hasta que el miedo o la necesidad de supervivencia te enseña quién eres: valiente y solidario o un cobarde que pisa a quien sea para salir corriendo.

¿Se siente entre los valientes?

Todos podemos ser las dos cosas, y no creo que tenga que ver con el papel que encarnas en la vida real. Yo soy director; se supone que algo mando. Pues igual en una situación de estrés podría estar en un rincón llorando y cualquier otro organizando, con la cabeza más en su sitio.

La violencia sigue estando presente en su cine…

Me interesa porque forma parte del ser humano, como el amor, los celos o el altruismo. Hay que encararla con valentía, no negarla.

¿A qué le tiene miedo?

A la indiferencia. Me aterra el “me da igual” si hay injusticia o sufrimiento de alguien. Puedes estar a favor o en contra de que no entren refugiados, por ejemplo. Lo puedo entender y distinguir entre buenos y malos. Pero quizá los peores son los indiferentes.

¿Somos muy de arreglar el mundo acodados en la barra de un bar?

Es muy español, sí. El bar es un universo de bolsillo, puedes tener al lado a alguien que puede cambiar tu vida para bien o para mal.

Cuando escribe, con su guionista de cabecera Jorge Gerricaechevarría, ¿se ponen límites?

Ni se habla de eso. Jugamos a sorprendernos el uno al otro, y para eso hay que tomarlo como un reto. El único límite es el aburrimiento.

Otra película de reparto coral…

Sí, y con actores muy diversos; el contraste es muy interesante. Mario Casas y Blanca Suárez, por ejemplo, con Terele Pávez, que es como un barco gigante al que te agarras y de pronto todo cobra vida.

¿Cómo trabaja con los actores?

Al principio eran como piezas en una partida de ajedrez: el alfil, el peón… Pero descubrí que si les involucras en la elaboración del personaje y les generas ilusión, todo se hace más fuerte. Ensayamos, hallamos los modos de decir y hacer y luego quiero que me lo claven. Una vez en rodaje no es hora de discutir.

Siempre parece tener una historia en mente... ¿No para nunca?

Me mata no estar en movimiento. Mi forma de vida es ir y venir. Mirar al presente me paraliza. Es como si sufriera un ataque al corazón.

¿Qué le relaja?

Llegar a casa y cambiar los pañales a mi bebé. Y fregar, me deja como nuevo.

¿Y leer?

Siempre leo varios a la vez. Leer sólo uno me provoca tensión.

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