"Las mujeres tienen otro violín y todo suena mejor"

Gonzalo de Castro

Actor madrileño del 63, debe su popularidad a series como 'Siete vidas', 'Doctor Mateo' o la reciente 'Matar al padre', que le coloca en línea de salida en plena temporada de premios. Afirma que el cine le resulta esquivo, aunque participa en la esperada 'Superlópez', y el teatro es su gran refugio. Estrena 'El precio' de Arthur Miller, bajo la dirección de Sílvia Munt.

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¿Se puede considerar a Miller todavía un buen radiólogo de lo humano?

Lo es; lo que cuenta no pasa de moda. En El precio soy parte de una familia que nunca se ha dicho esas cuatro cosas tan necesarias. La historia no hablada. Pero llega el día en que hay que levantar la casa de los padres, llena de recuerdos.

¿Por qué cree que el ser humano es tan “de guardar”?

Porque atamos los sentimientos a las cosas materiales. Los muebles son una metáfora de lo que guardamos en nuestro interior sobre nuestro pasado.

Lo que dan de sí las familias en todo lo que se relacione con contar historias…

Bueno, son el laboratorio donde la vida se ensaya. Donde probamos las cosas que nos acompañarán siempre. O no.

Y la suya, ¿cómo aceptó que colgara la abogacía por este oficio inseguro?

(Risas) Mi padre envejeció diez años en un día, y mi madre me sonrió: sabía, hacía tiempo, que era mi vocación. Empecé tarde, con 25 años. Quiero pensar que dentro de la inconsciencia, sabía lo que hacía. Tenía que intentarlo.

Matar al padre, escrita y dirigida por Mar Coll, es una fotografía estremecedora de las rémoras culturales que arrastran los varones…

El protagonista, con pocas herramientas emocionales, vive empeñado en que a la familia no le falte de nada, en tener la nevera siempre llena y dejar a los hijos el futuro encarrilado. Es una reflexión sobre el cazador al que aún nos empujan a ser. Mar Coll es una mujer muy sabia.

¿Lo hacemos bien con los hijos?

No hay recetas, pero a menudo el instinto de protección es excesivo y puede asfixiar. Aunque yo no soy padre…

Lo de los géneros ¿no debería ser, al final, una cuestión de sensibilidades?

Seguramente. Pero ellas tienen otro violín y todo suena mejor. De modo más tranquilo, menos competitivo. Se llega al mismo sitio, pero la travesía es distinta. Sílvia Munt, por ejemplo, es muy exigente, pero no da puntada sin hilo.

¿Qué le hace disfrutar?

Me gusta el tiempo libre. No soy de esos actores que si no tienen un proyecto se hunden. Disfruto de mi casa en el campo, adonde huyo cuando Madrid me agota; últimamente muy a menudo. Allí leo y cocino. Me salen muy bien los caldos, el cocido madrileño y los arroces: hice uno de gambas y calamares que ya quisieran en Masterchef.

¿Cocina para compartir?

Por supuesto. Si no, no tiene sentido. Seguramente un poema cobra su sentido cuando se lo lees a alguien. Cocinar es un acto de amor que sé hacer y me enorgullece. Para mí solo no cocinaría. Pero sí me leo poemas…

¿Le gusta la noche?

Bueno. Yo ya viví los 80 y toda la movida. Ya he visto amanecer, ya he bebido y me he drogado. Ale, a otra cosa. Tengo 55 años y ya no estoy en ese punto.

¿Qué no soporta perder de vista?

El paisaje desde mi refugio, algunos lugares de Madrid donde aún me siento bien, como la plaza de Santa Ana o la de Alonso Martínez, donde está mi cervecería favorita, que es como mi oficina, y esa mujer a la que quiero.

¿Qué desea apartar de su vida?

El reloj, el tabaco y esas tardes en las que sólo me soporto yo.

¿Qué le hace más feliz?

El trabajo, que me entusiasma, y la mujer a la que quiero.

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