"Lo mejor está por llegar"

Gustavo Salmerón

Actor y director. Veinticinco años después de debutar como actor –Mensaka, Más que amor, frenesí–, este madrileño de 47 años ocupa butaca destacada en las entregas de premios de estos días. Lo hace gracias a su segundo trabajo como director, tras el corto Desaliñada, por el que obtuvo un Goya en el 2001. Se trata de un documental que protagoniza su familia y se titula Muchos hijos, un mono y un castillo: los deseos que su madre pensaba que le traerían la felicidad.

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Su madre tenía muy claro lo que quería. ¿A usted qué le haría feliz?

Una vida de aventuras, trabajar en lo que me apasiona y compartir todo con un gran amor. Voy por buen camino.

¿Qué tiene su familia de especial?

Todas tienen grandezas y miserias. Las sombras dan valor a la luz. Quizá tenemos facilidad para el espectáculo.

¿Qué le impulsó a filmar a los suyos?

La matanza de un cerdo donde grabé las profundas y disparatadas reflexiones de mi madre sobre la muerte del animal, la suya y la grasa que los unía.

A veces, su madre hace referencia a su vida sexual. ¿Como hijo, le dio pudor?

No, porque su código es muy inocente y tierno, como si hablara la niña que creció en la posguerra.

¿Qué es lo mejor y lo peor de haber vivido en un castillo?

Lo mejor, los olores, los sonidos, el fantasma, y ensayar Shakespeare en cualquier rincón. Lo peor, el frío en invierno, ir al baño de madrugada, las termitas y el moho en las paredes.

¿Cómo es su casa actual?

Es un lugar hecho a fuego lento a mi medida. Un experimento lleno de artefactos con el fin de encontrar la paz.

¿Cómo valora su carrera como actor?

Creo tener la fantástica oportunidad de empezar de nuevo, pero con todo lo aprendido. Lo mejor está por llegar.

Trabajó con recién llegados y con grandes como Camus o Berlanga. Como director, ¿está más cerca de los primeros o de los segundos?

De todos he aprendido algo y les estoy agradecido, pero me quedo con la serenidad de los veteranos.

Tiene varios proyectos tras las cámaras. ¿Qué le interesa contar?

La dificultad del entendimiento del ser humano, las contradicciones que nos hacen sufrir, pero también nos unen.

¿Qué le enfada de la actualidad?

La realidad me resulta fea y mediocre. Vivimos crispados por temas políticos, religiosos o sociales cuando el acento debería estar en cosas más sencillas conectadas con la felicidad. Pero estoy aprendiendo a que los enfados me duren lo mínimo imprescindible.

Su mantra para los malos tiempos.

Soledad, soledad, soledad, amor, soledad, soledad...

¿Qué le devuelve la sonrisa?

El sentido del humor en la adversidad, la autocrítica constructiva, la pasión por el trabajo, la sonrisa de alguien querido…

¿Qué le hace perder el sentido en materia gastronómica?

Mi paladar se atrofió y se volvió exigente a lo largo de los años por comer muchas veces en restaurantes excelentes. Ahora vuelve a disfrutar de un trozo de pan con aceite de oliva y ajo. Cosas de la vejez.

¿Ave nocturna o diurna?

A mi pesar, nocturna. Está demostrado que acostarse pronto es más saludable y si madrugas te cunde más el día.

¿Sus colores y aromas favoritos?

Los colores que hallo en la National Gallery de Londres, por ejemplo. Aunque en un bosque virgen, tras una tormenta, están los mejores olores y tonalidades.

¿A quién no soporta perder de vista?

A una o dos personas. La vida me ha quitado algunas, pero han llegado otras. Al final, lo insoportable es no encontrarse a uno mismo.

Su velada perfecta.

Viandas y vino excelentes, bañera burbujeante, fuego hipnótico, piel caliente.

Un lugar que desea conocer.

India.

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