''Nuestra democracia está en peligro”

Zadie Smith

Considerada la voz más brillante de su generación, Zadie Smith (Londres, 1975) sorteó los peligros de una fama temprana para edificar una sólida y multipremiada trayectoria literaria que ahora prosigue con su nuevo trabajo, ‘Tiempos de Swing’.

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Con 25 años fue recibida como la nueva gran voz del multiculturalismo británico a raíz de su primera novela, Dientes blancos, y lejos de perder la cabeza ante la presión y la atención mediática, se volcó en el trabajo, compaginando la escritura con la docencia en universidades como Harvard o Columbia. Escogida dos veces entre los mejores escritores británicos menores de 40 años, hoy vive buena parte del año en Nueva York, donde imparte clases en la New York University y agradece la paz y el anonimato “de una urbe con 30.000 escritores”, pero en su ficción siempre regresa al barrio de Willesden (en el noroeste de Londres) que la vio crecer. Ahí arranca también su cuarta novela, Tiempos de Swing (editorial Salamandra), donde como es costumbre en una autora que ha declarado que “una novela ha de incorporar elementos personales, políticos e históricos para reflejar el momento actual”, abarca un crisol de temas como la amistad, la maternidad, la educación, la raza, las diferencias de clase, el claqué, el culto a la celebridad, el paternalismo occidental hacia África o el radicalismo religioso. Su responsable desea poner el acento en que “habla sobre todo de relaciones de poder; entre países, en el seno familiar, en las relaciones personales…”.

Ni el cansancio después de un madrugón de campeonato restan lucidez a una Zadie Smith que llevaba diez años sin pisar España. La conversación arranca en un taxi y se prolonga durante una hora en un restaurante de Barcelona.

Un estudio reciente de una inmobiliaria londinense concluyó que el condado de Brent, al que pertenece el barrio de Willesden, es el más infeliz del Reino Unido.

Como tantos lugares de Londres es una mezcla muy acusada de gente con mucho dinero y gente con muy poco dinero. Me imagino que una estructura tan desigual no facilita que la gente se sienta muy feliz. De todos modos, ese estudio no me representa. Guardo muy buenos recuerdos de mi infancia ahí y sigo muy apegada al barrio.

“No he sufrido inestabilidad porque me he centrado en el trabajo. Tampoco me sentí tentada de estar en internet. Mi idea de la felicidad es acudir cada día a la biblioteca”

¿Qué semilla puso en su futura trayectoria literaria?

Crecí escuchando el argumento de los liberales de que todos somos diferentes por fuera pero iguales por dentro pero yo no me lo acababa de creer. Somos diferentes y la clave radica en cómo lidias con ello. Mi colegio era un ejemplo de diversidad cultural que a mí se me antojaba interesante, no como un problema a resolver. Las costumbres, los viajes, la forma de pensar de mis compañeros me llamaban la atención. Esa curiosidad ha estado ahí dentro desde el principio y seguramente ha determinado que me dedique a escribir.

El amor a la música y el baile recorren el libro. Mientras estudiaba en la universidad fue cantante de jazz durante un tiempo. ¿Llegó a considerar la posibilidad de dedicarse profesionalmente a la música?

No me gusta actuar, no habría sido feliz en ese mundo. Ya hay suficientes músicos en mi familia. Lo de cantar sólo lo hice para ganar dinero. No me habría sentido cómoda siendo cantante profesional. No sueles tener el control, te limitas a cantar temas ajenos.

De todos modos, el lector no puede evitar pensar que hay algo de la Zadie Smith niña en la fascinación de la narradora con el claqué, las películas de Fred Astaire y Ginger Rogers o el moonwalk de Michael Jackson.

Bueno, algo de eso hay, claro. Ser novelista es practicar el voyeurismo. Es decirse: “De acuerdo, he tenido esta vida, ahora voy a fantasear sobre cómo habría podido ser tener otras”. En otras palabras, divertirme imaginando que tomo las decisiones que jamás tomé.

El éxito le llegó muy pronto. Con apenas una novela ya le habían colgado las etiquetas del tipo “voz de una generación” y “mesías del multiculturalismo”. ¿Cómo evitó perder el norte?

“Me sorprende que el culto a la fama no haya dejado de crecer. Ha experimentado una metástasis tal que el más famoso de EE.UU. ha acabado siendo presidente”

No he atravesado momentos de inestabilidad porque siempre me he centrado en el trabajo. También me ayudó el que no me sintiera tentada de estar presente en internet cuando estalló. Nunca he deseado más atención de la que he recibido. He podido dedicar mucho tiempo a mi trabajo porque, al contrario que muchos de mis colegas, la visibilidad pública nunca ha sido una prioridad. Tras Dientes blancos me ofrecieron mucha televisión y declinar me resultó lo más natural del mundo. Mi idea de la felicidad es acudir cada día a la biblioteca. Quizá otro carácter me hubiese llevado a querer salir más y que se me viera más, ¿pero cómo se habría beneficiado mi trabajo de ello?

Esta discreción se ha acompañado de una voluntad de evitar quedar atrapada en esas etiquetas de las que hablábamos, explorando caminos literarios y ensayísticos diversos.

Todos los escritores desean agradar a la gente, aunque por fortuna no de una forma tan enfermiza como los actores. Al mismo tiempo hay una parte de mí que se resiste con uñas y dientes a darles a los lectores lo que quieren. Diría que en todo aquel que late una cierta vena artística se produce una batalla entre el instinto de complacer y el deseo de ponerse serio.

Tiempos de Swing sigue el curso de una amistad durante muchos años. ¿Qué le atraía más al explorar la relación entre Tracey y la narradora anónima?

Los jóvenes creen contar con multitud de amigos pero mi experiencia me muestra que con suerte tienes dos dignos de considerase auténticos. Lo que me interesa de la amistad es que no acarrea ataduras, no hay un contrato como en el matrimonio ni una ligazón amorosa, aunque al mismo tiempo acarrea desilusiones, malentendidos y errores. En ella todo parte de la elección y de la voluntad de mantener la comunicación, aspectos que se me antojan muy atractivos desde un punto de vista narrativo. Intento que las relaciones que aparecen en mis novelas sean lo más realistas posibles, es decir, mostrar su complejidad.

Tiempos de swing vuelve de forma reiterada sobre el tema de la vergüenza y usted ha dicho que siempre se ha sentido algo avergonzada de sí misma. ¿Significa esto que quiso abordar, aunque fuera de manera indirecta, sus inseguridades a través de la novela?

No lo creo. La escritura no es algo tan personal para mí. Le suelo dar vueltas a una serie de ideas y busco la manera de expresarlas a través de un marco ficcional concreto. Vivimos en una cultura que se dedica constantemente a avergonzar públicamente a las personas y quería que el tema encontrara su sitio en el libro. Me da la impresión que a la gente le encanta avergonzar al prójimo pero no suele avergonzarse de sí misma. No me identifico con la gente sobrada de confianza. ¿Quién no tiene remordimientos? Los sociópatas. Escribir es atreverse a ser honesto con uno mismo y abrir la posibilidad a descubrir que uno no es tan buena persona como sospechaba. No todo el mundo está dispuesto a ello. Lo vemos en internet donde hay tantos individuos señalando con el dedo a los otros para evitar que se fijen en ellos.

“Mi gente me pinta un panorama terrible sobre el día a día en Gran Bretaña, así que cuando voy no lo veo tan apocalíptico, bastante tengo con la política de EE.UU.”

El paternalismo que muestra Occidente hacia África, ya sea a través del “turismo de la diáspora” o del modo en que las celebridades incurren en interesados actos de beneficencia, tiene peso en la novela. ¿Hablamos de un asunto que le saca especialmente de sus casillas?

No, qué va. Personalmente lo que más perpleja me deja es que un personaje como la cantante Aimee de mi novela pueda ganar más dinero que todo un país. Hablamos de un problema estructural. Un individuo no debería poder amasar una fortuna que supere el PIB de un país. Lo que hagan los individuos concretos no me irrita, sino las cuestiones de base. Muchos de mis compañeros en la universidad acabaron siendo banqueros y contribuyeron a hundir la economía mundial. ¿Eran mejores o peores personas que usted o que yo? No, igual, es decir, algo vanidosos, un poco estúpidos y una pizca engreídos. Fue el sistema el que permitió que ocurriera este crimen a escala global. No puedes conseguir que la gente sea perfecta pero sí mejorar los sistemas.

¿Cuántas de las ridiculeces vinculadas a la celebridad a las que ha asistido en primera persona encontraron cabida en la novela?

Personalmente no frecuento a celebridades que viajan con cinco asistentes, pero algunos detalles relacionados con Aimee nacen de la mera observación. Sobre la fama me sorprende que el culto a la misma no se agotara en los años noventa, cuando parecía haber alcanzado su cénit, sino que no haya dejado de crecer. Ha experimentado una metástasis tal que en Estados Unidos el más famoso de la habitación ha acabado convertido en presidente. Lo que nos lleva a las relaciones entre fama y poder. En EE.UU. los chavales de Palo Alto y San Francisco que diseñan nuestro presente tecnológico y levantan tanta admiración se consideran legisladores del mundo sin haber sido elegidos por nadie. Amasan tal cantidad de poder que llegan a influir en el gobierno.

Se la considera una de las novelistas que ha abordado la diversidad racial de manera más profunda. ¿Cuál cree que ha sido su aportación más relevante al tema?

Uno de los objetivos de mi trabajo no ha sido tanto hablar de conflicto racial, lo que por otro lado resulta inevitable desde el momento en que soy una mujer negra y medito acerca de mi lugar en el mundo, como conseguir que los lectores blancos vean a la gente de color como… personas. Lo que me interesa es que el lector tenga una experiencia casi de videojuego cuando lee uno de mis libros. Crear una especie de avatar que el lector pueda habitar, porque yo, como lectora negra, puedo ser David Copperfield o Jane Eyre sin problemas, pero el lector blanco, cuando tiene que ponerse en la piel de alguien de otra raza, marca cierta distancia. Siempre me he esforzado para que el lector blanco entre en mis libros no como un turista, sino como uno más, que salte las barreras raciales.

Otra de las contribuciones más destacadas de sus novela quizá haya sido cuestionar nuestras ideas sobre la identidad.

No creo en una identidad verdadera, la identidad es cambiante y uno se agarra a la que le funciona en cada momento de su vida. Pensar que es algo monolítico encierra riesgos graves. Pero que sea en parte una suerte de improvisación no quita que pueda estar cargada de sentido. Al fin y al cabo la identidad nace tanto de una serie de elecciones como de imposiciones. Además en ocasiones albergamos unas convicciones sobre ella que los otros se encargan de desmontar. Cuando visité la tierra natal de mi madre, Jamaica, me dejó de piedra comprobar que todo el mundo me tomaba por blanca…

La narradora de su novela sufre un desengaño al visitar África y sentirse una extraña.

Sí pero es que uno no puede esperar sentirse como en casa en un lugar al que no pertenece. Cuando he estado en Liberia, Senegal o Ghana no he ido con la convicción de que sería mi segundo hogar por la mera conexión étnica.

“Va a sonar muy triste, pero me contento con que mis alumnos acaben sabiendo redactar decentemente. ¿Sabes los mínimos que ha alcanzado el nivel de competencia lingüística de los jóvenes?''

Le dedica el libro a su madre. La de su narradora vive obsesionada con formarse intelectual, cultural y políticamente. ¿Cuánto hay de la auténtica en ella?

Mi madre es mucho más divertida, créame, y si he recurrido a un modelo de persona rodeada de libros para crear al personaje me ha bastado con mirarme al ombligo. Siempre procuro que mis personajes, además de entes individuales, representen a toda una generación, y con ese personaje quise abordar la generación de mi madre, hablar de todas esas mujeres que debieron realizar muchos sacrificios para criar a sus hijos.

¿Cómo vive una ciudadana afectada por el Brexit en el país de Trump?

Mi gente me pinta un panorama terrible sobre el día a día en Gran Bretaña, lo que ayuda a que cuando vuelvo a casa la situación no se me antoje tan apocalíptica, bastante tengo con seguir la política estadounidense. Está claro que el Brexit es un desastre pero por ahora es un caos con multitud de incógnitas. En cuanto hacia dónde debe ir Europa, sinceramente no me siento cualificada para responder a esta pregunta. Sí puedo decir que todos estamos amenazados por el radicalismo político. Nuestra vida social y política, nuestra democracia, nuestra seguridad se encuentran degradadas y en peligro. Estos tiempos no son los de dos ideologías enfrentadas sino los de la retórica violenta. En EE.UU. asistimos a un espeluznante intento por vender el fantasioso retorno a un pasado mejor a través del supremacismo blanco.

Ejerce de profesora de escritura creativa en la New York University. ¿Cuáles son sus prioridades como docente?

Sé que va a sonar muy triste pero me contento con que acaben el curso sabiendo redactar decentemente, sin faltas gramaticales y con algo de coherencia expresiva. ¿Sabes los mínimos que ha alcanzado el nivel de competencia lingüística de los jóvenes? Son chavales muy brillantes pero el colegio no les enseña a escribir, los mismos exámenes son de tipo test.

“Siempre me he esforzado para que el lector blanco entre en mis libros no como un turista, sino como uno más, que salte las barreras raciales”

Hay una faceta suya poco conocida que es la de entrevistadora. Por ejemplo, a grandes estrellas del rap –género musical que le apasiona– como Eminem o Jay Z.

Es un género que he practicado de forma muy ocasional porque tengo dos problemas graves. Uno es que, como suelo escoger sujetos que admiro, me puede el nerviosismo y tiendo a hablar demasiado –a un genio del rap como Jay Z le hice un mansplaining (explicación paternalista) en toda regla sobre lo que era el rap. Y luego está el hecho de que no soporto escuchar mi voz grabada, me provoca un rechazo tremendo, por lo que necesito contratar a alguien que me transcriba la cinta, cuya tarifa se me lleva buena parte de lo que voy a cobrar por la pieza.

¿Le ha molestado que tradicionalmente los medios de comunicación hayan puesto tanto énfasis en su físico?

Cuando era joven solía molestarme abrir la puerta de casa a un periodista y ver que venía acompañado de un estilista con un montón de ropa de cara a la sesión de fotos. “¿Es que acaso a Ian McEwan le decís lo que tiene que ponerse?” me preguntaba. Ahora ya no soy joven y a mis 42 años sinceramente aprecio cualquier cumplido que me caiga.

¿Estar casada con un escritor –el poeta y novelista irlandés Nick Laird– le facilita las cosas desde un punto de vista profesional, en el sentido que hay una sólida comprensión mutua?

Es una mezcla. Cuando acuestas a tus hijos y te sientas a trabajar dos horas más en tu libro, ayuda que tu pareja haga lo mismo, que no haya ningún reproche. Pero también hay sentido de la competencia, celos profesionales, etcétera. Con todo, aún me vería menos con alguien que no adorara leer y con la que no pudiera discutir libros e intercambiar recomendaciones.

¿Le cuesta encontrar tiempo para escribir?

He conseguido superar la frustración de no tener tiempo para nada, de que escribir no ocupe tanto espacio en mi vida como desearía, que, de hecho, es lo último que hago después de mis hijos, mi marido, mis clases, mis viajes… Pero yo tomé esas decisiones y no tengo derecho a quejarme. Escogí la vida real.

Su amigo el escritor Jeffrey Eugenides ha escrito que usted y su marido organizan los cocktails literarios más concurridos y glamurosos de Nueva York.

Bueno… lo hacemos una vez al año, por Navidades. Y, como es normal en una ciudad en la que le das una patada a un piedra y te salen cincuenta escritores, tenemos muchos amigos en el mundillo. Todos llevamos vidas muy ajetreadas y es la única manera de coincidir.

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